Se les preguntó: “¿En qué temporada se proclamó campeón de Liga el Deportivo?”. Y a la señal del presentador del concurso, dos señores salieron conduciendo una pelota hacia el círculo que marcaba la respuesta equivocada. Ni en las bendiciones papales de la plaza de San Pedro del Vaticano se había visto jamás santiguarse a 21.000 personas a la vez. ¿Dónde quedó aquello de “santificarás las fiestas”? El respetable de Riazor, entre el pasmo y la indignación, logró calmarse ante la herejía pensando en que sería cosa de los nervios, de tener que no tropezarse con el balón, o que quizás, atolondrados por el barullo que ahora ameniza los entretiempos en el estadio (descanso como tal, al menos para el público, ya no hay), no entendieron bien la adivinanza. Misterios de la fe.
Simplificando, la fe consiste en creer en aquello que no se ve. “Engaña a los hombres, pero da brillo a la mirada”, escribió un poeta. Yo no vi a Omenuke Mfulu siendo la viga central que sostenía nuestro partido ante el Tenerife, pero hete aquí que cuando se retiró del campo la mirada se nos nubló y el brillo que no hubo con él, tampoco sin él llegó.
Disculpen que se me vayan todos los paralelismos hacia lo religioso pero es un contagio normal en los días sucesivos a la muerte de un Papa. Más aún en el caso de Bergoglio, que antes que Sumo Pontífice fue argentino y, por necesidad, futbolero. El deportivismo ya ha conseguido retratar con la elástica blanquiazul a D10S, Maradona, y al líder de la Iglesia. No es una anécdota pequeña. Quizás sí que la agrandó un poco de más el club en sus cuentas oficiales de redes sociales con una nota de pésame donde brillaba más nuestra camiseta a todo color que el difunto, velado en blanco y negro. Detalles.
Como aún no hay mucho que contar sobre el único proceso sucesorio más secreto que el Cónclave, aquél que determinará quién ocupará el puesto de entrenador herculino la próxima campaña, me limitaré a destacar dos ejercicios de fe de una noche más de contrición en Riazor.
En primer lugar, un aplauso a todos los que como el que escribe hemos acudido el lunes a nuestros puestos de trabajo tras ponerle el broche al fin de semana más largo y más desapacible del año con una retirada a medianoche hacia nuestras casas, el ánimo más arrastrado que los pies, tras un empate a ceros entre Deportivo y Tenerife. Están los partidos que hacen afición y estuvo ese encuentro que nació para ser olvidado sin dilación. Decenas de miles de espectadores confirmaron que, a partir de cierto punto, el fútbol no es un espectáculo sino un gusto adquirido. Al Deportivo se va sin esperar nada a cambio.
Por último, coloquen un cepillo en la curva de Maratón para financiar la hornacina en la que depositaremos cada quince días un brick de Feiraco y una estampita del Santo Goleiro, Helton Leite. Sabíamos que se autoproclamaba atleta de Cristo. No sabíamos que cree tanto en los milagros que incluso los practica. Cuenta ya unos cuantos y los encadena cada fin de semana. También este último en un mano a mano para arrebatar la gloria a los de Álvaro Cervera.
En el caso de Helton hemos acabado creyendo a base de ver. Lo cual demuestra que la fe no está reñida con la experiencia empírica. “Tener fe significa no querer saber la verdad”, insistió un filósofo. Pero en el fútbol no existen las verdades absolutas.