Nos pasamos la semana pendiente de los que se van y de los que se quedan, de la despedida, del comunicado, de las ofertas y de las renovaciones que no son tales porque ahora se llaman compromisos. Litigamos sobre que hacer en el minuto 7, que debería de pasar en el 8, sobre si hay que gritar “directiva dimisión” cuando resulta que las directivas ahora son consejos de administración y la dimisión se llaman “mayoría accionarial”. Hablamos de lo divino y de lo humano, del pasado y del presente. Y, al final de todo, había un partido. Lo perdimos, claro. Bienvenidos al futuro.
El Levante se llevó los puntos de Riazor, nada extraordinario. Lo preocupante es que lo hizo en un partido de empate en el que lo suyo era haber tenido el callo suficiente como para al menos plasmar en el marcador los merecimientos propios y ajenos. Ante la duda, le lanzamos una ayudita al visitante para que quede claro que ese Deportivo que semeja tan vigoroso a domicilio es un dadivoso anfitrión, pero sobre todo para evidenciar, una vez más, que el equipo no es capaz de imponerse a los rivales de mitad de la tabla hacia arriba. No cabe mayor evidencia sobre el listón de este equipo.
Por el camino se siembran las dudas. Los refuerzos van a llegar tarde y bajo la presión de que aporten. Vendrán también en un contexto que no dispara la ilusión: los directores deportivos del fútbol español barajan unas variables que sitúan entre el 15 y el 20 por ciento el acierto de sus decisiones en el mercado invernal. O más que el acierto, la capacidad para reforzar a los equipos con futbolistas que tengan un impacto inmediato en ellos. Los milagros, ya lo decía el anuncio, tenemos que hacerlos entre todos. Por eso, y por más cosas, nos empieza a apretar el nudo de la corbata. Porque el Eldense ganó en Tenerife y la distancia respecto a la zona roja se reduce a cuatro puntos. Porque ya es complicado asumir que con la salida de Lucas, y ante la razonable sospecha de que su reemplazo no va a estar al nivel del siete, el equipo puede salir del mes de enero con menos potencial futbolístico del que tenía en diciembre, que tampoco era como para sobrarse.
Con todo, es tiempo de soluciones más que de lamentos. A la espera de los refuerzos y del rol que desempeñen, parece razonable entregarse a una versión práctica del equipo y aguardar a que se crezca desde una fortaleza defensiva que se oteó en El Plantío, pero que ayer saltó hecha trizas. El Dépor que no nos haga sufrir de aquí a primavera debe ser un equipo blindado que no conceda atrás y se entregue a la velocidad y el talento del trío que opera tras el delantero, un sector en el que quizás llegue el momento de entregarle a Yeremay el mando de las operaciones para que exprima su caudal futbolístico por dentro y en el que, en algunos escenarios en los que haga falta claridad, Soriano (Mario) deba retrasar de nuevo su posición para hilar pases, y juntar al equipo, ante oponentes que no permitan que el equipo transite.
Llega el momento de apretar los dientes, porque nada nos sobra y porque todo nos faltará si el equipo vuelve a caer a las catacumbas del fútbol español. Y ahí ya dará igual si se silba, se reprocha, se calla o se acalla. Pero, eso sí, siempre cada palo deberá aguantar su vela. Y de algunas ya sabemos de sobra cómo se enciende la llama. O se apaga.