Hay cuestiones que no admiten muchas dudas. La pasada semana la alcaldesa de Betanzos, María Barral, anunció que iba a proponer a la comisión municipal correspondiente que el pabellón Municipal do Carregal lleve el nombre de José María Valeiro, más conocido como Tocayo o Toki. La noticia llegó justo antes del homenaje que se le tributó este domingo a la persona que presidió durante los últimos 23 años el Club Santo Domingo de baloncesto, un referente no ya provincial sino autonómico en el trabajo del deporte base que además presume de equipo en la ahora denominada Tercera FEB.
Santo Domingo y Porriño se vieron las caras este domingo en el pabellón que llevará el nombre de Valeiro. Lo hicieron ante una nutrida parroquia y con algunos notables del baloncesto como Julio Flores o Charly Uzal a pie de pista. Sobre el parqué, con el balón entre las manos, se alineaba un equipo con mayoría de jugadores criados en un vivero que durante más de dos décadas ha forjado jugadores que, como en el caso de Tyson Pérez, han llegado incluso a la ACB y la selección española.
Valeiro se hizo cargo del Santo Domingo cuando el club enfilaba el camino del abismo y lo ha levantado no sin esfuerzos o incomprensiones. Su figura y su legado alertan sobre la importancia de la labor de tantos dirigentes anónimos a los que al menos en Betanzos se le pone nombre y apellidos. Horas empleadas, desvelos, dinero, peticiones de ayuda que no siempre se escuchan... La dirigencia deportiva en el deporte modesto está lejos del oropel del que acapara los focos, que ofrece otros sinsabores, pero también diferentes regustos. Ahora se hace justicia a uno de los hombres que desde la iniciativa privada cuidó de una escena deportiva en la que no siempre atinan a entrar las administraciones, que no en pocas ocasiones ofrecen más trabas que facilidades, por más que siempre haya gente voluntariosa y entregada que ayuda a que todo el teatrillo siga funcionando.
Quedan, con todo, más justicias por hacer. Y Valeiro sabía bien lo que era trabajar por ellas, las de ofrecer un andamiaje para que los clubes deportivos no dependan tan solo de la entrega de las personas que los sostienen, más allá del indispensable matiz humano que siempre debe dirigirlos porque se trata de iniciativas que parten desde el corazón.
Justicia es que los clubes tengan acceso a ayudas de las instituciones y que puedan recibirlas en tiempo y formas para que su actividad habitual no quede hipotecada. Es justo que todo ese trabajo redunde en más y mejores instalaciones para albergar entrenamientos y partidos y, sobre todo, en que no haya niños y niñas que, como no hace tanto sucedía en A Coruña y singularmente en el baloncesto, se queden sin integrarse en el club de su elección porque no se les puede ofrecer la posibilidad de hacer deporte por causas ajenas a la voluntad de quienes lo promueven.
O Carregal llevará la firma de uno de esos entusiastas que abanderaron durante años un trabajo que, en efecto, es de justicia reconocer.