Por fin llegó el esperado refuerzo del Leyma. Bueno, esperado por lo de refuerzo, pero no por su demarcación ni por su nombre en particular. Llega un base experto y de enorme calidad como Thomas Heurtel, buen amigo de Trey Thompkins, con el que compartió vestuario –y más allá– en el Real Madrid durante la intensa última temporada del norteamericano en la ‘Casa Blanca’. El negocio suena a telefonazo entre colegas, aunque podría haber gato encerrado. El Barça dejó tirado al propio Heurtel ante la reacción negativa de los tuiteros azulgranas, pero es evidente que sigue buscando un base. ¿Y si ese fuese Brandon Taylor? Prefiero no imaginármelo.
El Barça es más que un club, no hay duda. Nunca un eslogan tuvo tanto de cierto. Echar para atrás un fichaje cuando él y toda su familia vuelan desde China –sí, desde China, no desde Ibiza o desde París– tampoco es gran cosa si lo comparamos con otras atrocidades previas. Incluso algunas de ellas no muy lejanas en el tiempo.
El Barça se dejó patrocinar, primero, por la fundación estatal para la cultura y el deporte, y más adelante por las líneas aéreas de un estado denunciado en numerosas ocasiones por Amnistía Internacional por la continua violación de derechos humanos fundamentales. El club azulgrana también fue cómplice de la venta de la Supercopa de España a otro país que también se encuentra permanentemente bajo la lupa de AI. Uno de los suyos, Gerard Piqué, cuando todavía formaba parte de la plantilla ‘culé’, medió de manera decisiva por la RFEF de Luis Rubiales en la venta de los derechos, para regocijo de un club –también de otros, ojo– que prácticamente tiene asegurada su presencia de por vida –y con ello jugosos ingresos– en el torneo.
El último y sangrante caso es el asunto de la inscripción de Dani Olmo. La irregularidad es tan evidente que algunos de los clubes más modestos del fútbol profesional ya han alzado la voz porque consideran que, una vez más, el Barça ha roto la baraja. Porque no es la primera vez –ya ocurrió con Robert Lewandowski– y seguramente tampoco será la última. La deuda del Barça continúa por unas nubes a las que las palancas no llegan y no hay visos de que el departamento de control económico y financiero de LaLiga vaya a bajar el listón.
La injerencia gubernamental –de esas que castiga la FIFA con extrema dureza en caso de producirse en federaciones– es para echarse a temblar. Si el CSD dice que Olmo puede jugar con el Barça, Olmo juega con el Barça. Y lo que digan los socios –los clubes– y la normativa de una organización –privada, conviene recordarlo– como LaLiga es papel mojado. Vamos, que acaba de empezar el año 2025 pero parece que estuviéramos a mediados del siglo pasado, por poner un ejemplo cercano.
Antes del segundo mandato de Laporta, el Barça tuvo un presidente que acabó en la cárcel –dos años en prisión preventiva, aunque finalmente fue absuelto– y otro que dejó a la entidad sumida en la peor crisis económica de su centenaria historia por firmar contratos estratosféricos a los principales futbolistas de la plantilla. Rosell y Bartomeu. Bartomeu y Rosell. Y Heurtel, los patrocinios, la Supercopa y Dani Olmo. ¡Ah! Y Pau Víctor, que siempre nos olvidamos de él. Más que un club, claro que sí.