M uchas veces, sobre todo cuando perdemos, tengo unos deseos irrefrenables de ponerme a escribir inmediatamente este artículo que luego ve la luz al domingo siguiente, o sea, siete días después. Afortunadamente nunca lo he hecho, porque imagínense ustedes ponerse a escribir sobre el Deportivo después de perder contra el Castilla y seguidamente escuchar las declaraciones de Óscar Cano diciendo que somos los mejores, que hemos jugado de diez y que haciéndolo así vamos a subir de primeros, vamos a cansarnos de ganar partidos y que él se va contentísimo. El estupor y las frases de que “este qué se ha fumado” circularon por todas partes. Ahora, una semana después, ya parece que se nos ha pasado un poco todo y ya vemos ruedas de prensa más normales con lo que no voy a escribir lo que tenía pensado el domingo pasado por la noche. Eso sí, señor Cano, no más ruedas de prensa así, que aquí ya vamos servidos de entrenadores vendehumos.
Y pasemos al horror, al que hemos tenido conocimiento estos últimos días y que ha tenido como desgraciado e involuntario protagonista a un ex jugador del RC Deportivo, Pablo Marí. El futbolista que militó en el conjunto coruñés en la temporada 2018-2019 sufrió una puñalada por la espalda provocada por un enfermo mental en un centro comercial de Milán. Nunca olvidaremos aquella pareja que formó en el centro de la zaga con Domingos Duarte y que, de haber ascendido el Deportivo (si hubiese entrado aquel cabezazo suyo en el descuento en Son Moix…), es muy probable que tanto él como el portugués hubiesen jugado con el Deportivo en Primera al año siguiente. Ojalá se recupere pronto Pablo Marí y, sobre todo, que pueda olvidar este triste suceso. No será fácil, seguramente.
Y termino con la esperanza. Estamos donde estamos, en lo que hasta hace poco llamábamos Segunda B. Y ya llevamos tres años en este pozo. Hace 5 años que no pisamos la Primera división. Y llevamos 8 años desde que celebramos algo por última vez. Podríamos recordar también la salvación de 2015 en el Nou Camp, pero poco más. Pues bien, el otro día, mientras iba a un supermercado situado en la calle Panaderas vi entrar a un niño que no debía tener más que ocho o nueve años de la mano de su padre y con su mochila del colegio a rayas blancas y azules y con su escudo del Deportivo. No es la primera vez que veo algo así. De vez en cuando veo niños con sus camisetas del Depor, sus mochilas del colegio y llevando con orgullo los colores de su equipo. Y eso es bonito. Son niños que ni recuerdan la Primera división, que les cuentas eso de que el Madrid se tiró 18 años sin ganar en Riazor y les suena a prehistoria. No hace mucho, hablando con un chico de 18 años, me decía que para él el Zaragoza era un equipo de Segunda “de toda la vida”. Y claro, sabiendo que los maños llevan en Segunda desde 2013, para un chaval de 18 eso es casi desde siempre. En cambio, para los que nacimos en el baby boom el Zaragoza es un equipo de Primera pero que lleva bastante años en Segunda. Por eso, en tiempos en los que el Madrid, el Barça, el Atleti y otros tantos están tan fuera del alcance del Deportivo, que haya niños que lucen con orgullo los colores del Depor, cuando lo fácil sería llevar camisetas de Benzema, de Lewandowski o de Griezmann, pues es un motivo de esperanza, de saber que el relevo está ahí y que ojalá estos niños vean pronto al Depor en Primera división porque se lo merecen.
Pero que no les pase como a un servidor, que ya tenía 22 años cuando por fin pude ver al Depor en Primera.