En cada temporada, como en las diferentes etapas de la vida, llega el momento en el que uno se encuentra un punto de no retorno. Esa oportunidad de dar un paso adelante que dote de sentido todo el trabajo previo realizado durante meses. O años.

No importa la cantidad de veces que uno se haya estampado contra esa pared siempre que esté dispuesto a volver a intentarlo. De eso el Dépor ha aprendido mucho en tiempos recientes, levantándose una y otra vez hasta escapar del barro. Siempre habrá un reto mayor para aquellos que buscan más y el que se le presenta al equipo blanquiazul ante el Almería obliga a una gran escalada. Después de sobrevivir al envenenado calendario de un mes de enero cargado de contratiempos, Gilsanz y los suyos pueden derribar dos pájaros con la misma piedra y, al mismo tiempo, encarar el tramo final de temporada con renovada ilusión en una grada ávida de disfrutar en carne y hueso de las alegrías que hasta ahora solo están pudiendo ver por televisión.

Poco a poco la clasificación, pero sobre todo los resultados, evidencian que el Dépor no pertenece a la clase baja de Segunda. El domingo, ante uno de los cocos, y en Riazor, ese fortín venido a menos, jugará para tumbar por fin a un rival de entidad y empezar a recuperar una fiabilidad como local que le permita romper con lo que el destino le tenía preparado a un recién ascendido. Cruzar la línea y escapar de la mediocridad para buscar desde ya un hueco entre la zona noble. El momento es ahora.