A algunos les puede sonar a chino, pero hace unos años un presidente del Dépor se plantó en Zúrich, en la sede de la FIFA, para hacer frente al máximo organismo del fútbol internacional. Lendoiro estaba hasta la coronilla de los largos viajes de Bebeto y Mauro Silva con la selección brasileña, que casi siempre les impedían jugar con el Dépor el partido posterior a su participación con la ‘canarinha’. La lesión que el pivote sufrió en el Mundial de Estados Unidos y que le dejó en blanco durante la temporada siguiente también motivó la protesta.
El asunto aún fue a más cuando la plantilla blanquiazul se convirtió en lo que desde Madrid bautizaron como ‘la ONU’: Songo’o, Naybet, Kouba, Martins, Rivaldo, Djukic, Hélder... El problema de los brasileños, entonces, se multiplicaba por diez. El dirigente de Corcubión exigía justicia. Pedía un calendario unificado y unas compensaciones económicas que ni la FIFA ni las federaciones nacionales ofrecían. Lendoiro decidió plantarse ante Havelange, Blatter y compañía. Sin ningún otro apoyo. Los jerifaltes del fútbol miraron para otro lado. No sin antes inhabilitar al dirigente durante año y medio y endosarle la tradicional multa, en aquel caso del equivalente en francos suizos a diez millones de pesetas. Una buena pasta en aquel 1997.
De lo que no se preocupó Lendoiro –ni nadie más, todo hay que decirlo– fue de que la Liga se apease de la burra de los 22 equipos en Segunda. Claro, le quedaba pequeña y lejana la categoría. Ese es el problema que nos encontramos hoy. Esta Segunda no se detiene por las selecciones. Y siempre hay unos que lo sufren más que otros.