Hay dos cosas que no cambian en el fútbol por muchos años que pasen. La primera es la de echar al entrenador en cuando las cosas se tuercen mínimamente. Llevamos apenas seis jornadas en Segunda y ya son tres los que han caído. Algún día hablaré sobre ello porque la verdad es que lo de este año no es que no sea normal, sino que ya es exagerado. La segunda cosa es lo de las primas a terceros. Normalmente no se habla de ello hasta que quedan pocas jornadas. Y lo cierto es que estos años que hemos estado en el fango de la Primera RFEF no hemos estado muy al tanto de ellas, pero supongo que seguirá habiéndolas. Y escuchando estos días las palabras de aquel poco simpático presidente del Valencia, Paco Roig, me he acordado aquel fatídico 14 de mayo de 1994 y también del 2-8 que le endosamos al Albacete un año después.
Obviamente nos hemos acordado esta semana del partido ante el Albacete del playoff de 2022, aunque me imagino que nos acordaremos mucho más el día en el que los manchegos rindan visita a Riazor en la segunda vuelta. De lo que se ha hablado más bien poco, salvo en un magnífico artículo de Lois Novo en este diario, es de aquel 2-8 del Depor al Albacete hace ya 30 años. Sé que aquel día batimos nuestro propio récord de goleada a domicilio, pero lo que no pensaba ni por asomo es que equipos mucho más poderosos que nosotros nunca habían logrado tanteador semejante. Me llamó mucho la atención que la prensa deportiva madrileña ensalzara hasta la saciedad el 2-8 que el Real Madrid nos metió en Riazor hace sólo 10 años porque hasta ese momento nunca habían logrado algo semejante. Pero, en fin, que son datos que uno empieza a valorarlos al cabo de los años, qué duda cabe. El caso es que, finalizado aquel partido de Albacete, hubo quien empezó a especular con que los jugadores deportivistas jugaron fuertemente primados por vaya usted a saber quién. Incluso unas declaraciones a una emisora de radio de uno de nuestros delanteros parecían intuir que algo pudo haber, pero no pasó de ahí la cosa.
Al final es lo de siempre. A nadie o a casi nadie le parece mal lo de primar o incentivar a otro por ganar. Otra cosa es amañar un resultado, obviamente. Lo que ha dicho esta semana Paco Roig de que le sacó al Barça “cuatro o cinco cosas” tampoco me ha parecido mal. Otra cosa fue aquella celebración de los futbolistas del Valencia tras el fallo de Djukic, pero lo que estaba claro es que aquel partido no lo supimos ganar nosotros. Lo mismo sucedió con el 2-8 de Albacete. El Deportivo jugaba relajado en liga tras haber quedado el título sentenciado para el Real Madrid y ya la jornada anterior le habíamos metido 5-0 al Logroñés en Riazor con todos los goles en la primera parte y que no metimos más tras el descanso porque ya la relajación era total (y un par de balones que se fueron al poste, creo recordar). Pues lo mismo sucedió con el 2-8: que Manjarín y Djukic marcaran desde el centro del campo y que luego Salinas, José Ramón y todo el que se acercó por el área marcara algún gol no fue cosa de ningún incentivo externo. Fue simplemente que el Albacete era un manojo de nervios, se vino abajo y lo demás es historia. Ese mismo Albacete se condenó a la promoción y, tras ganar 0-2 en Salamanca, perdió 0-5 en la vuelta. Iban 0-1 cuando Urzáiz marcó el 0-2 en el descuento, provocó la prórroga y, a partir de ahí, otro manojo de nervios de los albaceteños que culminó con el 0-5 final y el consiguiente descenso. Luego les repescaron por aquel follón del Sevilla y el eterno rival, pero eso ya fue otra historia.