Mucho nos gusta a los deportivistas presumir de la magnífica afición que somos. Año tras año y fracaso tras fracaso hemos demostrado que nunca dejamos de lado al equipo. Que en los fracasos en forma de descensos de categoría nos hemos animado entre nosotros y que, donde en otros sitios abuchean a los jugadores y les llaman todo tipo de lindezas, aquí les animamos continuamente. Es algo de lo que podemos estar orgullosos y que ojalá siga así durante muchos años. Más que nada porque a día de hoy la afición coruñesa es el mejor activo del RC Deportivo.
Sin embargo, no siempre fue así. Hubo una época, a principios de los 80, en que recuerdo que el ambiente en Riazor no era como el de ahora. Apenas acudían unos 8 o 10 mil aficionados al estadio y era todo bastante más frío que ahora. A mí me daba mucha rabia que esos llenazos que había en verano con el Teresa Herrera no se tradujeran a los partidos de liga del Deportivo. Pero bueno, era lo que había en aquella época.
En la temporada 83-84 el Deportivo disputó una temporada marcada por el recuerdo del partido frente al Rayo Vallecano de la liga anterior que nos privó del ascenso cuando lo teníamos en la mano. En la jornada 30 estábamos en una posición bastante desahogada y mirando de reojo los puestos de ascenso, aunque sin muchas pretensiones. Ese día llegó a Riazor el Castilla, entrenado por Amancio Amaro. En su plantilla ya no estaban ni Butragueño ni Sanchís ni Martín Vázquez, que ya estaban en el primer equipo, pero sí se alinearon un tal Míchel y un tal Pardeza. Y ese día acudieron a Riazor los habituales 10 mil de siempre. Un mes antes el Deportivo había jugado en Copa contra el Real Madrid y habíamos ganado en la ida por 2-1. Se podía pensar que frente al Castilla, que iba de segundo en la clasificación, podía haber una buena entrada. Pero no, fueron los 10 mil citados nada más. Nos marcaron el 0-1 en el descuento del primer tiempo, empatamos en el minuto 30 de la segunda parte y siete minutos más tarde remontamos el partido. Se celebraron los goles, por supuesto. Sobre todo el segundo. Pero poco más. Algún grito de “De-por-ti-vo, De-por-ti-vo”, pero sin matarse mucho. El caso es que a falta de dos minutos para acabar el encuentro el portero Montes saca defectuosamente, el defensa Joaquín que se hace un lío, pierde el balón, le cae a un jugador del Castilla y éste empata el partido definitivamente ante la desesperación de Arsenio. El público que pita, alguno que grita eso de “son una banda” y al final todos decepcionados para casa.
La anécdota del partido fue luego en rueda de prensa. Cuando le preguntaron a Amancio el porqué del empate final de su Castilla y cómo había visto al Deportivo respondió: “la verdad es que el público anima poco al Deportivo”. Lo clavó, sinceramente. Así éramos entonces.
No se ha hablado mucho estos días acerca del Amancio entrenador. Fue una carrera bastante breve la que tuvo en el banquillo. Ese año hizo campeón al Castilla y promocionó a la Quinta del Buitre al primer equipo. Al año siguiente debutó como entrenador del primer equipo, pero la mala marcha en la liga propiciaron su cese cuando en la Copa de la UEFA estaba en semifinales y que acabaría ganando el Real Madrid con Luis Molowny en el banquillo sustituyendo al coruñés. Para el recuerdo quedará aquella remontada por 6-1 al Anderlecht tras haber perdido 3-0 en la ida y que inauguró las famosas noches mágicas europeas del Bernabeu.
Hoy Amancio estaría orgulloso de la afición de su Deportivo. En 1984 no era igual la cosa. Al menos en eso hemos mejorado.