Y ahora la culpa es nuestra
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Y ahora la culpa es nuestra


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El domingo pasado tuvimos la visita de Djalminha. Supongo que el hombre se llevó una gran alegría al ver a todo el estadio ovacionándole. Nos encantó a todos ver las imágenes por los videomarca-dores de sus genialidades y él agradeció todos esos aplausos, incluso de los que nunca le vieron jugar. Todo muy bonito. Lo mismo que cuando vinieron Bebeto y Mauro y lo mismo que cuando vino Scaloni. No sé si estos homenajes seguirán y algún día vendrá Makaay y ese día jugaremos de naranja o si también aparecerá por aquí Songo´o, que nos cae muy bien a todo el mundo. Lo malo vino después. Djalminha se sentó en el palco a ver a su equipo. A su Depor. Pero esta vez no era en Primera División, sino dos categorías más abajo. Y el rival no era ese eterno rival al que se enfrentó en muchas ocasiones y goleó, regateó y le hizo de todo en la época en que ese eterno rival pasaba por la mejor época de su historia aunque luego no ganara nada y casi siempre quedara por debajo del Deportivo. Esta vez el rival era el filial. Y Djalminha no vio nada de lo que a él le hubiera gustado. Todo lo contrario. En las gradas no había cambiado nada y todo era el mismo ambiente que él vivió como futbolista. Pero en el campo... me hubiera gustado saber lo que pensó al acabar el partido. Muy decepcionado, seguramente.


Y después del desastre vienen las explicaciones. La tenemos ya muy escuchadas y muy repetidas. Son tantos años con la misma cantinela que esto ya empieza a parecer el día de la marmota. Es de agradecer la valentía de los que dieron la cara ante los micrófonos, aunque eso del “miedo” que decía Lucas no lo he llegado a entender del todo. Ahora bien, lo que aún, una semana después, no he entendido en absoluto han sido las explicaciones de Idiákez. Pero vayamos por partes.


Decía que ya tenemos muy oídas las explicaciones de todo tipo. Hemos escuchado hasta la sacie-dad eso de que cuánto les damos la afición y qué poco nos devuelven. Venimos de un año donde se nos dijo lo de que en Valdebebas ante el Castilla hicimos un partidazo, que nos falló la concen-tración por no sé qué cosa, que si no leimos el partido, que esto no va a suceder más (y volvía a suceder a la semana siguiente), venimos de escuchar las excusas de Fuenlabrada... pues bien, aho-ra resulta que la culpa es de que vamos muchos a Riazor. Que hay un ambiente demasiado estu-pendo y que eso es mucha presión. Lo que me faltaba.


El domingo pasado jugó Mackay, curtido en mil batallas, estuvo Ximo Navarro, con un montón de partidos en Primera, Villares, que el pobre aún no ha jugado en categorías superiores pero que se conoce el ambiente de Riazor al dedillo, Lucas, que ha jugado en Highbury (ahora creo que se llama de otra forma el estadio del Arsenal, pero no me acuerdo), Old Trafford, Anfield, Nou Camp, Ber-nabeu... luego está Mella, que curiosamente es el que menos sabe de ambientazos pero que fue el que se mostró más incisivo. ¿De verdad el problema del domingo pasado fue que el ambiente de Riazor agarrota a los jugadores, les llena de presión y eso les lleva a jugar de la forma tan penosa en la que lo hicieron desde el inicio? Pues no. Me niego a pensar que eso es lo que sucedió. Tampoco fue la presión de jugar ante el eterno rival. Primero porque ni siquiera había casi aficionados visi-tantes y segundo porque no era el eterno rival sino la versión B formada por unos chavales con un rostro muy aniñado, muy voluntariosos y que en ningún momento fueron marrulleros ni malenca-rados ni nada por el estilo. Ganaron justamente y punto. 


Esto se puede arreglar, claro que sí. Ahora vienen dos partidos fuera sin los pesados del público de Riazor. Pero para el siguiente partido en casa habrá que hacer turnos, a ver si vamos a ser nosotros los culpables. 

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