Tampoco está tan mal aburrirse un poco. Ni sufrir ni celebrar como si no hubiera un mañana. Simplemente dejarse ir y ver pasar los días. El empate contra el Tenerife –decepcionante en todos los sentidos, eso está claro– ha dejado al Dépor en tierra de nadie, con la permanencia casi hecha y el playoff casi descartado. ¿Y qué? No hace falta convertir cada mayo en un infarto.
Una de las formas más puras de felicidad, al menos para mí, es cuando consigo despejar la agenda, no tener tareas pendientes en el horizonte y solo estar, sin más. Me imagino que no será el escenario ideal para todos los aficionados ni para los integrantes del propio club. Pero yo estoy bien. Estoy bien así.
En un mundo donde todos tenemos estímulos constantes y todo tiene que ser una meta, un objetivo, un “hoy es el primer día del resto de tu vida”, quizá esto sea una victoria incomprendida: no correr, no arder, no caer. Solo estar, mirar al techo. Aceptar que, por una vez, no pasa nada. Literalmente, nada. No está tan mal y tampoco invalida las cosas buenas conseguidas en la temporada.
No estoy diciendo que el equipo se haya dejado ir ni que quiera que lo haga. Solo que por una vez en mucho tiempo no hay urgencias. Eso, en A Coruña, es una experiencia casi exótica a la que quizá se le puede sacar partido a la hora de realizar análisis sosegados. Venimos de dramas, milagros y sobresaltos. De años en los que la estabilidad y la calma eran un lujo. Igual ahora toca aburrirse un poco. Y eso, en el Dépor, también puede significar crecer.