Noviembre de 2022. Mundial de San Juan. La selección argentina disputa en casa la semifinal contra Italia. Cuando van diez minutos de juego, el local Matías Pascual pasa por detrás de la portería y levanta y pica la bola sin sorprender al guardameta. En la lucha por el rechace con un defensa, cae sobre su pierna derecha. En el momento se lleva las manos al pie. Por sus gestos de dolor, parece una lesión grave. Se lo llevan en camilla. En el hospital se confirma la fractura de tibia y peroné.
“Las imágenes solo pude verlas una vez y después de bastante tiempo”, reconoce. Porque además necesitó de todas sus fuerzas en un proceso de recuperación que se alargó durante prácticamente dos años y que tuvo un imprevisto importante. Algo no iba bien. Pasaban los meses y no mejoraba. Año y medio después de la primera intervención, en abril de 2024, tuvo que someterse a una segunda. Hasta que el octubre pasado, en la Supercopa de España que abrió esta temporada en el Palacio de los Deportes de Riazor en una semifinal contra el Liceo, en la que además marcó gol, regresó oficialmente a las pistas a nivel nacional (antes había jugado la Liga Catalana).
“Fue muy duro, muy duro por toda la incertidumbre que hubo con la lesión durante tanto tiempo. Pero eso me dio sobre todo fortaleza mental y me enseñó a no bajar los brazos, seguir confiando a pesar de que no tenía claro la vuelta ni cuándo se iba a acabar”, afirma el jugador, que ahora tiene 35 años, 33 en el momento de la lesión. Tardó tanto en volver que se empezó a especular que el problema no era físico, sino psicológico: “Realmente es que no podía. A lo mejor el que lo veía desde fuera podía decir que tenía miedo, pero no, no era así. Realmente estaba imposibilitado, no podía hacer fuerza, no podía pisar. Mirando para atrás, creo que hice muchísimo más de lo que podía por cómo estaba, en las condiciones en las que estaba por la lesión”.
Pero eso ya forma parte del pasado y se centra en un presente en el que va cogiendo el ritmo (con tres goles en liga y tres en Europa), aunque es exigente consigo mismo. “Me gustaría estar mejor, obviamente, que para eso es por lo que estoy trabajando cada día a nivel individual”, responde precisamente después de salir de uno de sus entrenamientos (estuvo incluso en la disciplina del filial). “Para el pronóstico que tenía la verdad es que estoy excelente”.
Ese presente pasa también por el partido de esta tarde contra el Liceo al que el Barça llega invicto en liga, pero pasando apuros en Champions, en la que el jueves empató en Barcelos para seguir con vida, aunque aún fuera de puestos de clasificación. “La dinámica que tenemos que conseguir es la de ser sólidos durante todo el partido, en la mayor cantidad de minutos, es lo que va a hacer que marquemos la diferencia”, analiza.
El Liceo, que reconoce que llega en una buena dinámica, fue su casa durante dos años y su puerta de entrada a Europa. “Le tengo un cariño especial, fue donde aprendí lo que era jugar en España y estar en un gran club y encima esos dos años fueron increíbles a nivel de títulos. Crecí muchísimo y me gusta recordar de dónde vengo”, reconoce.