“Tú no eres una perdedora. Tú eres una ganadora. Y tienes que seguir luchando”. Antonio, padre de María de Valdés (Fuengirola, 1998), era el que siempre le empujaba a seguir. Por más gotas que el agua le salpicara en el camino. Que no fueron pocas. Sobre todo después de quedarse fuera de Tokio 2020 y el chaparrón casi la empuja a dejarlo todo: no quería ni oler el cloro cuando pasaba cerca de una piscina.
Pero esa lucha que le pedía su progenitor le dio fuerzas para sobreponerse a injusticias, lesiones y obstáculos de todo tipo. Una y otra vez. Y el día que Antonio faltó, encontró en sus palabras un motor para cumplir sus sueños. Estos siempre habían estado presididos por competir en unos Juegos Olímpicos. Por eso tres días después de su fallecimiento se marchó a una concentración para preparar el Mundial y dos meses después, se proclamó subcampeona del mundo de 10 kilómetros clasificándose para París, donde el ocho de agosto culminará ese anhelo.
Pero la historia de María y el agua empezó mucho antes, también con su padre como protagonista. “Siempre fueron como dos pececillos, todo el día metidos en la piscina”, recuerda la madre de la nadadora, también María, la que le aporta las raíces gallegas y coruñesas. Él le enseñó a nadar casi a la par que caminar y antes de apuntarla ya de forma oficial, a los cursillos. “Cuando tenía ocho años, María era puro nervio. Pero después pegó un cambio y se volvió una niña muy responsable y tranquila, que se fijaba unos objetivos, tanto en el deporte como a nivel académico, e iba a por ellos. Ha luchado mucho, siempre con la cabeza muy bien puesta”, continúa describiéndola su progenitora.
Su progresión deportiva fue rápida, pero siempre en la piscina. Hasta la intervención de su tío Rafa, hermano mayor de su padre, que fue el que empezó a llevarla a las travesías. “Iban a Málaga, Marbella, Motril, Torremolinos… cada vez iban a más y siempre se traía su medallita”, comenta la madre de la familia. Así, empezó también a vencer cierto miedo al mar que arrastraba desde su infancia para que este se convirtiera en su mejor aliado ya que sus mejores resultados y su explosión definitiva llegaron en aguas abiertas.
Pero eso ya a partir de trasladarse a A Coruña. Lo hizo recién cumplidos los 18 años, recorriendo el camino a la inversa que había hecho su madre a la misma edad. “Yo soy gallega y me vine para Andalucía con 18 años. Y María se fue para allí también con 18”, explica sobre como el destino cruzó sus caminos. “Nos dio mucha pena, pero era una gran oportunidad porque se iba becada. A ella le encanta la ciudad, pero el primer año le costó un poco adaptarse”, reconoce su madre, “aunque como tenemos mucha familia ahí fue un poco más fácil”. Aunque la figura fundamental, fue la de Jesús de la Fuente. “Ha sido entrenador, amigo y padre. Mi hija está donde está gracias a él”, añade.
Su papel fue clave en 2021, cuando De Valdés estuvo a punto de dejar el deporte tras el golpe de quedarse fuera de los Juegos de Tokio, para los que había tenido opciones tanto en piscina, donde tenía la mínima pero era la tercera española (y solo había dos plazas), como en aguas abiertas, en las que había sido sexta en el Preolímpico, pero solo había un puesto para España y su compañera Paula Ruiz quedó segunda. Lo había hecho todo para clasificarse. En cualquier otro país, con cualquier otro proceso de clasificación, estaría dentro. Pero no. Y el golpe fue difícil de digerir.
No tocó el agua durante meses. Y la estrategia que trazaron entre su entrenador y su psicóloga Andrea Cerrejón fue de ir dando pasos de bebé. “Jesús tuvo mucha paciencia. Le decía que fuera a ayudarle con los niños para que fuera atreviéndose a ir a la piscina”, dice la madre, que llegó a pensar que su hija dejaba la natación. “Alguna vez nos lo planteó. Yo le decía que era su decisión y que la íbamos a apoyar hiciese lo que hiciese. Era su padre el que le decía que no se rindiese, que siguiese luchando porque no era una perdedora sino una ganadora”, cuenta.
Y María siguió. Vaya si siguió. Porque al año siguiente, en 2022, se subió por primera vez al podio europeo. Pero el destino le tenía reservado un par de giros más. Porque su hombro dijo basta y justo en su mejor momento, tuvo que pasar por el quirófano. Otra vez a empezar de cero. “Se fue encontrando piedras a cada paso”, se lamenta su madre, “pero también le decíamos que las saltara. Y que cada vez el salto sería mayor para lograr cosas mejores. Es una luchadora. Ha pasado unos años muy duros. Pero ahí sigue, saltando”, insiste.
Después de la operación, a finales de 2022, la Federación la dejó fuera de las citas internacionales de 2023, que otorgaban las primeras plazas olímpicas. Así que se la jugaba todo en el Preolímpico del pasado mes de febrero. Y a punto de marcharse a la concentración, falleció su padre. Su apoyo. Y otra vez volvió a levantarse. Se proclamó subcampeona del mundo. Logró el billete a París. Y allí buscará una medalla para seguir dedicándosela al cielo. Estará toda su familia para apoyarla. Amigos de Fuengirola y de A Coruña. Incluso en su ciudad natal pondrán una pantalla gigante para seguir los 10 kilómetros. Una pena que sea a las siete y media de la mañana.