El Dépor de las prisas apareció cuando más pausa necesitaba. Frente a un rival con extrema urgencia que se iba a desnudar por necesidades y concedió facilidades, el equipo dirigido por Óscar Gilsanz firmó uno de sus peores partidos del curso. El punto cosechado no oculta la imagen ofrecida por un equipo que, con el paso de los minutos, empezó a acumular errores. Muchos de ellos, ni siquiera forzados por el contrario. Imprecisión, más imprecisión, más imprecisión. Pérdida de continuidad de un equipo sin brújula al que esa tendencia al fallo le empezó a conducir al caos.
No lo aprovechó un Tenerife que en el último tramo mereció más después de soltarse la melena y cabalgar a lomos del alfil Álex Cantero y la torre Enric Gallego. Tampoco localizó el acierto el Dépor cuando encontró la luz a través de la última ventana de cambios, en la que Gilsanz juntó a tres mediapuntas y a un llegador en la sala de máquinas local. Más energía, más amplitud, más empuje. Mismo resultado. Demasiado tarde.
Ante un Tenerife que ha dejado atrás el ‘Cerverismo’ más tradicional, el Dépor sabía que iba a encontrarse a un rival que le presionase arriba, muy arriba. Por eso, el plan de Óscar Gilsanz pasaba por atraer ese bloque alto del enemigo para encontrar el espacio entre el centro del campo y la defensa rival.
Con Mfulu, Villares y Mario Soriano marcados por los tres centrocampistas enemigos -Aarón Martín, Bodiger y Diarra-, el Dépor sabía que al menos uno de sus centrales iba a tener mucho tiempo y espacio para decidir qué hacer, pues al Tenerife únicamente le sobraba el punta Mesa para inquietar en esa primera línea de presión. Pero debía ofrecerle soluciones. Y esas soluciones pasaban por generar movilidades a través de las que fabricar vías para encontrar líneas de pase sobre la espalda del mediocampo rival.
Clave en este sentido iban a ser las apariciones por dentro de Yeremay Hernández partiendo desde la izquierda, lejos de un César Álvarez que no quería perseguirle hasta tan lejos. De hecho, las veces en las que el Deportivo logró conectar con el canario en la zona de la mediapunta, el equipo logró progresar y construir ataques con sentido. También cuando el encargado de descender fue Zaka. Bien fuese para ejercer de conector para una acción de tercer hombre y poner al equipo de cara para atacar tras superar varias líneas, bien fuese para girarse y conducir amenazando a la defensa rival, el Dépor tenía en esas situaciones un filón que no logró aprovechar.
Con Mella de inicio en posiciones más interiores para estirar amenazando al espacio, el cuadro deportivista generaba un ecosistema propicio no solo para superar a ese bloque alto chicharrero, sino para dañar. Para herir de verdad.
El Tenerife trató de ajustar con el extremo derecho Luismi Cruz más cerca del carril central para perseguir a Yere o proteger el posible espacio libre que dejase el lateral Álvarez si se decía a correr tras el ‘10’ blanquiazul. Pero lo que de verdad acabó por no otorgar una verdadera productividad al Dépor en ese tramo inicial de buen fútbol fue su desacierto. Malos controles o peores pases. Falta de conexión final. El inicio de una serie de continuas imprecisiones que acabó desembocando en el caos.
En ese tramo inicial de buen juego comenzó a caer en una precipitación que le acabó llevando hacia la impaciencia. No solo era cuestión de progresar, sino que una vez se lograba superar ese primer reto, el equipo empezó a confundir la aceleración con la prisa.
Apenas tuvo paciencia. Apenas se permitió juntarse. Todo era correr, cegado por los espacios que detectaba a espaldas de la presión rival. Espacios tan jugosos como tramposos, sobre todo si no tienes el día y en tu cabeza sobrevuela el ansia por cumplir con tu ‘obligación’ en casa de ganar a un equipo prácticamente descendido.
Así, lo que comenzaron siendo ataques prometedores que permitieron al equipo incluso recuperar algún balón tras pérdida por disponer de una buena densidad de futbolistas cercanos a la zona de recuperación del adversario -véase la ocasión de Zaka- acabaron derivando en ofensivas cada vez más erráticas.
Mfulu mezclaba su posición a altura de centrales o unos metros por delante, pero estaba lejos de ser una solución a la hora de construir. No importaba, pues su rol era ejercer de 'cebo' para el rival. Peor pinta tenía lo del binomio conformado por Villares y Soriano, tan vigilado que el equipo no logró conectar con ellos en situaciones en las que no recibiesen de espaldas y muy apretados. Así, poco a poco, el Dépor era cada vez más incapaz de llegar.
No estaba el equipo cómodo construyendo por dentro, mientras que en sus laterales echaba en falta a Ximo, Obrador o Escudero, futbolistas con más clarividencia que los titulares ante el ‘Tete’. Petxa no acertaba con sus controles cuando se ubicaba en zonas más interiores, mientras que por fuera tampoco terminaba de aclarar jugadas desde su conducción. Mientras, Tosic apenas era opción para progresar, conscientes sus compañeros de las dificultades del serbio para mezclar con balón. Así, el Deportivo se fue metiendo en su propio embudo.
Al menos, el equipo herculino había sido capaz de maniatar a un Tenerife que solo inquietaba tras alguna pérdida y en algún ataque en el que los interiores Diarra o Bodiger se aprovecharon de la poca consistencia de Mfulu a la hora de identificarse como encargado de perseguir esos desmarques o de realizar coberturas.
Pudo acabar en drama una de esas situaciones si el colegiado principal hubiese hecho caso a su ‘colega’ del VAR en el posible penalti sobre Luismi Cruz revisado en la pantalla. Pero, por fortuna para el Dépor, eso no sucedió y el equipo saldó una primera mitad de más a menos con apenas un par de sustos.
Sin embargo, lo peor estaba por llegar. Al igual que sucedió en la ida, tras el intermedio el Tenerife extremó la presión. Fue a buscar más arriba al Deportivo, a costa de generar más espacios tras sus primeras líneas. No lo aprovechó el equipo de Gilsanz ni en los ataques posicionales, ni tampoco en los contragolpes.
De hecho, el no acabar jugadas acabó convirtiendo el partido en un correcalles que quizá en otros momentos podría haber beneficiado al cuadro herculino. No a estas alturas de temporada, con los plomos de muchos talentos pidiendo repuesto y un centro del campo en el que Villares debía correr por él y por su compañero Mfulu. Nunca ha sido su fuerte, pero a día de hoy, el congoleño está lejos de ser competitivo si lo que toca es abarcar metros.
Así, el Tenerife empezó a partirse. Pero más lo hizo un Dépor desorganizado y con menos capacidad física por dentro que su rival. Detectó la inercia Gilsanz, que no tardó en introducir un doble cambio con el que buscaba ese control que el equipo necesita para ser, como él mismo repite casi por decreto en cada intervención, un colectivo “estable”. Diego Gómez al campo para otorgar más dinamismo a la mediapunta y retrasar a Mario a la base de la jugada. Obrador al verde para poder empezar a atacar sin la mano izquierda atada en la espalda.
Sin embargo, las modificaciones no terminaron de salirle al técnico betanceiro. Porque ni Diego Gómez resolvió en situaciones al apoyo en esa mediapunta, ni el equipo encontró para organizarse a un Soriano difuminado.
Así, ante un Tenerife presionante, la opción de jugar en largo pasaba a ser más necesidad que recurso puntual. Tampoco ahí encontró recursos el Deportivo con un Zaka que volvió a dejar a deber en los duelos.
De este modo, el cuadro deportivista menguaba mientras el Tenerife crecía. Una inercia que se convirtió en tendencia cuando irrumpieron en el choque Álex Cantero y Enric Gallego. El primero para dotar de más punzón por fuera a un ‘Tete’ que no encontró nada en Luismi Cruz. El segundo, para condicionar más que Mesa a los centrales locales desde la fricción. Tan solo con el descaro del extremo y la presencia del punta, el equipo de Cervera pasó a residir de manera casi permanente en campo rival. Apareció entonces Helton Leite para salvar a un Dépor que sufría conteniendo porque era incapaz de expandirse.
Entonces, en el peor momento del equipo local, con la grada descontenta y el ‘Tete’ creyéndoselo, un doble cambio final modificó la tendencia. Gilsanz relevó a un tocado Villares para convertir su sala de máquinas en un eje compuesto por dos mediapuntas y un llegador, con otro mediapunta como Diego Gómez caído a banda y Yeremay y pisando la opuesta.
El riesgo a caer en una inconsistencia mayor era elevado. Sin embargo, la nueva energía de Genreau y de Rama en las piernas y la cabeza dotó del alimento preciso al Deportivo para salir del bucle. Más soluciones por delante para estirarse. Más amenaza. Más cargar el área.
El Dépor abrazó el caos de nuevo, pero esta vez con cabeza. La tendencia cambió tanto que la improductividad se transformó exclusivamente en falta de puntería. Una reacción insuficiente. Una reacción tardía en un partido de un equipo que vivió con excesiva ansiedad un encuentro que debía proyectarle hacia arriba.