Amediados del pasado mes de julio, la ciudad recibía con alegría su designación como sede del mundial de fútbol de 2030. Fuera quedaban ciudades como Vigo, o, sobre todo, Valencia, que, no olvidemos, es la tercera ciudad de España por población.
Recientemente, el 24 de septiembre, era la propia FIFA la que procedía a inspeccionar el proyecto, visitando la ciudad y las instalaciones e infraestructuras implicadas en el proyecto (estadio, aeropuerto y la ciudad deportiva de Abegondo).
Por lo que parece, la visita se ha saldado con bastantes más dudas de las deseables. Y, lo que parecía algo cerrado, puede devenir en un fracaso, cuando se produzca o no la ratificación que de las diversas sedes hará la FIFA en la primera quincena de diciembre.
Las dos principales partes implicadas (ayuntamiento y club, propietario e inquilino del estadio) están enfrentadas y cada una da su versión del desencuentro.
Independientemente de todo ello, hay varios aspectos que no ofrecen duda. Por un lado, la existencia de un proyecto con bastantes lagunas. La principal es que ni siquiera está clara la inversión prevista, pues se hablaba inicialmente de un estadio de 48.000 espectadores, y, ahora, de 41.000.
Tampoco acaban de estar definidas la financiación y sus diferentes sumandos, es decir, las partidas que a la inversión destinarán las diversas administraciones (autonómica, provincial y local) y cuánto aportará y quién será el inversor privado que cierre la ecuación. Por otra parte, los rectores del club dicem no haber participado en el proyecto y apuntan que está conforme con el aforo actual del estadio de Riazor, que explican que les resulta suficiente.
En todo caso, y de ser cierto lo afirmado por el Dépor, parece obvio que no se puede acometer un proyecto de este fuste, ni siquiera plantearlo, sin contar con el inquilino y único usuario de estas instalaciones. No se pueden realizar obras, que afectarán al estadio durante varias temporadas, con indudable impacto sobre la capacidad del mismo y sobre los derechos de miles de abonados, sin contar con el club.
Lo cierto es que, mientras, el resto de sedes, o bien tienen cerrado su proyecto, o bien han iniciado las obras, o ya las tienen concluidas.
Urge, pues, dejar a un lado las diferencias, y alcanzar un acuerdo en el diseño y aforo del nuevo estadio, en los usos deportivos y complementarios que se le vayan a dar y en su financiación.
Bastante tenemos con una federación descabezada y lastrada por incidentes extradeportivos, además de los sonados incidentes que, recientemente, han protagonizado varios grupos de aficionados ultras. Todo ello daña la imagen de nuestro fútbol, hasta el punto de llegar a plantearnos si merecemos o no albergar un acontecimiento de esta dimensión.