Es buen momento para tirar de tópicos. Podemos recordar el clásico “ni antes éramos tan malos ni ahora tan buenos”. O acudir al refranero español para recordar que “a perro flaco todo son pulgas”, en el caso de un Cartagena en el que “no hay más cera que la que arde”. En el Dépor, de toda la vida, “nunca llueve a gusto de todos”. Nunca estamos plenamente contentos. Ni ganando 1-5.
La victoria en Cartagonova no debe ocultar que el rival era, con total seguridad, el peor equipo de la Segunda División. Un conjunto del que Abelardo escapó corriendo a las primeras de cambio. Una plantilla con importantes deficiencias en varias posiciones, que lo apuesta todo a cerrarse atrás con una defensa de cinco y que se marcha a casa, pese al cerrojazo, con cinco goles en el saco.
Ni el Deportivo ni nadie puede cambiar de la noche a la mañana. Óscar Gilsanz tenía la confianza del deportivismo y la va a seguir teniendo. Tres jornadas de trabajo no son suficientes para dar la vuelta a la tortilla. Hay que leer más allá del resultado. Por fin llegó el primer gol en la estrategia, pero el Dépor siguió sufriendo en el poco balón parado en contra que debió defender. Barbero marcó aunque volvió a mostrarse fallón. Mella perdonó el 0-4. Poco después, Barcia metió en propia puerta el 1-3. Lucas sigue sin ver puerta ni aparece en el origen de los goles. Y, como ya es habitual, Mella y Yeremay, en el uno contra uno o al contragolpe, salvan la papeleta. Vamos a celebrar tres puntos vitales. Y que, al menos, esta vez el Dépor no la lió. Porque era un día propicio para haberla liado.