En un entorno tan frenético y desatado, de idas, venidas, cuentas y descuentos como es un partido de baloncesto, tengo la fortuna de contemplar en directo a un tipo que tiene en la cabeza el mapa de lo que allí sucede. Me importa bien poco su vida privada, su pasado o su carácter dentro y fuera del vestuario. Solo veo a un deportista que despierta mis emociones. El sábado en el Coliseum me senté en la grada, sentí que aquello era mágico y mi mente se desvió casi hacia lo sacrílego. Y me acordé de Bebeto y las primeras sensaciones que tuve cuando le vi jugar en el Deportivo. Cuando alguien llega a un entorno y mejora de inmediato a aquellos que le rodean estamos ante algo serio. Ese es Thomas Heurtel.
Acabó el partido contra el Lleida y fui a mirar la hoja de estadística. Hay quien trata de explicar el baloncesto (ahora también el fútbol) a partir de esos fríos números. 9 puntos y 6 asistencias no está mal, pero no refleja la incidencia de este francés en el juego del Básquet Coruña, tampoco en la felicidad de la grada. A través de él es posible entender la importancia de jugar, pero sobre todo la de hacer jugar, la de tener el control absoluto de todo lo que sucede. Se percibe el gobierno en medio de la agitación. Heurtel tiene el balón en la mano y decide: bote, pase, tiro... todo fluye ordenado por alguien que domina el escenario. A eso le llaman tablas.
Quedo con un amigo y me alerta sobre lo que cobra el tipo por estos meses de trabajo. Y le replico: “Dinero bien pagado”. No lo pongo yo, claro. Yo, como con Bebeto, solo me lo paso bien.