Crisis de los 50
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Se asoma el Deportivo a la crisis de los 50 (puntos). Hay quienes la aprovechan para replantearse las cosas, pensar en cómo han llegado hasta ese ecuador vital y definir la identidad que les acompañará de ahora en adelante. A la escuadra blanquiazul le faltan unos ocho puntos para sentirse a gusto consigo misma y franquear esa barrera que le haga enfrentar el futuro con ilusión. Pero hoy, después de enredarse con el Cartagena, se mira en el espejo y descubre unas arrugas que antes no advertía. Quizás se lamenta de no haberse comprado antes un descapotable. Quizás es hora de hacer nuevos amigos. Demasiadas dudas para este momento.


Reinventarse a falta de diez jornadas para cerrar la competición no es tarea menor para un equipo que viene apostando por alineaciones recitables de carrerilla, como ocurría en el fútbol no moderno. Será por la falta de costumbre, pero el obligado recambio en dos posiciones sin discusión como eran los laterales izquierdo y derecho estremece hasta el temblor.


Por fortuna para Óscar Gilsanz, Diego Villares, lo más semejante a la familiaridad en el Dépor de los años 20, se sigue alistando en plenas facultades. Las canas que le brotan por sostener como propios los desvelos de su afición parecían pelos rubios el domingo en Riazor cuando decidió demostrar que en un día tonto también puede devenir en Filipe Luis y pisar el área como un estilete zurdo sin ser él nada de eso.


Dependiendo de cuánto prolongue su carrera, Villares apunta a ser el primer futbolista capaz de jugar (y rendir) en las once posiciones del campo. De acuerdo, nadie querría verlo de portero homenajeando a Álex Bergantiños, pero no descartemos nada. Tampoco imaginábamos ninguno a Ximo Navarro despidiéndose de la temporada en una cabriola involuntaria a caballo entre el Circo del Sol y Jet Li que, pudiendo hacerle una ortodoncia al delantero del Cartagena, acabó chafándole a él dos vértebras y mandándolo expulsado al vestuario y al quiropráctico. A esta hora aún no sé si lo amonestó el árbitro o Eva Hache mientras presentaba El Club de la Comedia.


Apuesten a que el de Samarugo jugará muchos minutos en lo que resta de campaña pero no lo hagan a que todos ellos vayan a ser en su posición de centrocampista. El Deportivo se reinventará camino a los 50 por necesidad pero al menos cuenta con un camaleón a su servicio para hacerlo. Otros compañeros, mientras tanto, se comportan conforme a una naturaleza inmutable, como en la fábula del escorpión y la rana.


Una de las mejores cosas del fútbol es que es un juego de relaciones, donde tipos sin nada en común son capaces de elaborar una sinfonía alrededor de una pelota. En plena histeria ante el colista, una cuerda rota en Riazor. Fue un desajuste pequeño pero tan significativo que horas más tarde aún se discutía sobre si fue antes el huevo disparado a la velocidad de la luz por David Mella o la gallina circunspecta de Cristian Herrera viendo el bólido pasar en una exhalación por delante de la línea de gol, antes de que sus reflejos musculares le permitiesen reaccionar para empujar el balón. Un gallego de 19 años y un canario de 34 se comportaron en un instante decisivo con el nervio y con la calma que los prejuicios le presuponen a cada uno y en esa diferencia se escapó un gol que nos habría rejuvenecido. Para cazar aquella pelota habría hecho falta ir en Ferrari, uno de esos que los hombres con miedo al futuro anhelan comprarse en la crisis de los 50

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