La inclusión en la lista de los ‘100 Jóvenes Talentos de la Gastronomía 2024’ del Basque Culinary Center, ha sido el último reconocimiento a un Nacho Moreira (A Coruña, 1995) al que le llueven las distinciones y entrevistas por La Esquina de Valentina, el céntrico restaurante de la ciudad del que es encargado y cocinero. Quizá algún lector se pregunte, viendo la temática, el por qué de su aparición en un periódico deportivo. La respuesta es muy simple, el pasado. Un ayer de fútbol que permite conocer más a un hombre que está triunfando en su propia ciudad. Siempre con la V como nexo. De esa Valentina de quien no desvela el significado y de aquel Victoria en el que destacó hace unos años.
“Si le preguntas a las viejas glorias, te dirán que fuimos la mejor generación sin duda”, rememora Moreira sobre ese equipo de base al que él se incorporó ya en prebenjamines. Como entrenador destacado de aquellos años, Iván Barrós; mientras que como compañeros de renombre tuvo a Róber Pier, Álvaro Corral, Juanma Pombo o Sergito González.
“Lo ganamos casi todo. Incluso la Liga al Dépor, algo que ahora no pasa”, recuerda. Durante esa etapa forjó su grupo de amigos, “una mezcla de gente que estuvo en el Dépor y en el Victoria”. Varios de ellos aún matan el gusanillo en una liga de fútbol 7 en la Torre.
No estuvo lejos de fichar por el Dépor en alguna ocasión, ya que destacaba y jugaba en categorías superiores a su edad. “Un año por encima estaba bien, pero dos me penalizó. Me fui del Victoria por eso”, reconoce.
Tras ese adiós, pasó por Ural, Calasanz y Betanzos, el equipo que más le marcó ‘cebras’ aparte. “En el Betanzos estuve muy bien, llegué a debutar en Tercera y fui convocado a campos como Pasarón. Es un equipo de pueblo, que mola por la gente y con muy buenos chavales. Era juvenil, pero entrenaba bastante con el primer equipo que dirigía Manuel Pose. Me divertí bastante”.
¿Y qué había de la cocina? No demasiado, pero ya apuntaba maneras. “Mis padres se iban a veces de fin de semana y me quedaba solo en casa, entonces venían mis amigos a ver algún partido, por ejemplo. Ahí era el ‘cocinillas’. Huevos fritos, salchichas y cosas de ese estilo, tampoco nada elaborado”, comenta entre risas.
Con la mayoría de edad ya en el DNI, decidió dar un giro a su vida y se marchó de A Coruña con dirección Londres. “Como no era buen estudiante, me fui un poco a aprender inglés y ver que pasaba, sin nada definido”. Allí se fue acercando poco a poco a los fogones, pero sin perder de vista el fútbol. “Encontré trabajo como de ayudante de camarero, runner le llaman allí. Estaba dentro en cocina y me gustaba lo que veía, así que les pedí si me podían cambiar. Me dijeron que ni de coña, pero como entrábamos a las 16.00 porque solo era servicio de noche y los cocineros hacían jornada partida, solicité si me dejaban ir por la mañana a aprender. A eso sí accedieron y a los pocos meses se fue gente y me dijeron si quería ocupar un puesto como cocinero”, cuenta sobre sus inicios en la restauración.
En lo que respecta al fútbol, jugaba en un equipo de Cambridge. Como locales disputaban los partidos en un Victoria Park al que define como “si en Santa Margarita pusieras dos porterías y pintaras unas líneas. O más bien el Retiro de Madrid, que es llano”. Lo más destacado de eso fue que tuvo la oportunidad de disputar la primera ronda de una competición tan clásica como la F.A. Cup.
Con esa experiencia en la mochila y la vocación muy clara, Moreira terminó su fructífero periplo en Inglaterra y regresó para estudiar en la Escuela de Hostelería de Vigo. Le iba a abrir puertas, pero en principio cerraba la del fútbol. No fue así, pues quedaba una (pen)última anécdota con este deporte. “Estaba de viaje en Madrid con varios compañeros y al que era portero del Victoria, Patiño, lo llaman del Paiosaco para ficharlo. Les dice que sí y poco después de que lo comunique, me llaman ‘Oye, que Patiño se ha marchado’, me dijeron. Y yo, ‘¡no me digas!’. Necesitaban un sustituto y así fue el inicio de mi segunda etapa”, explica.
Disputó dos temporadas, ambas en Primera Autonómica. En la primera temporada lograron la salvación y en la segunda terminaron disputando los playoffs de ascenso, pero ya sin él, porque a falta de unas jornadas recibió una propuesta irrechazable. Debía irse a Madrid para entrar a trabajar en StreetXO, restaurante de Dabiz Muñoz.
Allí estuvo un año, mismo tiempo que en un local del reputado Dani García y que en La Tasquería de Javi Estévez. Para definir su evolución, utiliza un símil futbolístico. “Ves una foto cuando entras y una cuando sales, y eres otro cocinero. La destreza, las técnicas, etc. Es como si a un chico lo pones a entrenar un año en el Madrid, otro en el Barça y otro en el Atlético. Eran jornadas muy duras, pero no lo cambiaría por nada”, cuenta.
De vuelta a A Coruña y con el proyecto de La Esquina de Valentina en sus inicios, aún tuvo tiempo para una última vuelta al Victoria, donde le habría gustado jugar pero por incompatibilidad de horarios fue finalmente delegado y entrenador de porteros.
Ahora practica triatlón en sus ratos libres, aparte de la ya citada liga de fútbol con varios de sus excompañeros. Su situación en La Esquina de Valentina es buena, con “una evolución ascendente”, pero en su día debió tirar de mentalidad para superar los miedos.
“Tenía algo claro, que lo único que iba a perder era dinero. Abrí con 25 años, no me jugaba el pan de mis hijos, de mi mujer. Si me iba mal cerraba y mañana a otro lado. Por lo que me habría fastidiado que me fuera mal es por un tema de reputación”, reconoce.
Preguntado por su especialidad, responde “guisar”, dice que le gusta conocer el por qué de los platos; y en cuanto a las comidas favoritas, no es exótico. “Soy muy clásico. No perdono un cocido, por ejemplo, o si me muriera mañana pediría huevos fritos con patatas para cenar. También, una buena pizza a la semana”, dice Nacho, que ya piensa en proyectos futuros.