La vida después del deporte trajo a Miguel Cillero (A Coruña, 1972)... Más deporte. Así la transición del que fue jugador del OAR de balonmano en sus años más gloriosos fue más fácil. Ya había compaginado entrenamientos y partidos con su vida académica, pero se le complicó por las exigencias derivadas del ascenso a División de Plata, con más horas de entrenamiento y viajes de viernes a domingo cada dos semanas, por lo que solo estuvo dos temporadas antes de tomar la decisión de echarse a un lado. Pero siguió jugando aunque ya no en la élite, “para matar el gusanillo”, ejerciendo de profesor de Educación Física por las mañanas y, por las tardes, entrenando a las futuras estrellas en el Liceo la Paz.
“Empecé muy joven, con 10 años en Salesianos”, recuerda de los inicios de su etapa deportiva. Y cuando en su colegio se quedó sin equipo, se pasó al OAR, que primero estaba vinculado al Calasanz y después ya en sénior, al INEF cuando lo cogió Juan Fernández, que precisamente era su profesor en la universidad. Allí fue creciendo hasta llegar a un equipo sénior en el que vivió el ascenso de Segunda División Nacional a Primera y años después, con una apuesta fuerte con la llegada a la presidencia de Fernando Vidal, a División de Plata en 2004. “Fue muy costoso porque tuvimos que jugar dos fases de ascenso. Se hizo un gran esfuerzo porque se ficharon jugadores croatas y portugueses y estuvimos tres temporadas en la élite”, recuerda.
De las tres, Cillero, cuya función en el equipo era defensiva, “un avanzado que hacía el cambio de ataque-defensa”, y que era junto a Abel Valcárcel uno de los representantes de la cantera en la plantilla, solo estuvo dos. “Yo ya compatibilizaba el equipo con mi trabajo, que soy profesor de Educación Física”, explica, “pero en División de Plata era cada vez más complicado porque requería ocho horas semanales y yo no podía todas y además los viajes eran muy largos, por toda España, de viernes a domingo, y suponía bastante sacrificio por lo que entre eso y que venía por abajo gente muy fuerte, decidimos, porque no fue algo unilateral, no continuar”.
No fue nada dramático. Primero porque había sido una decisión consensuada. Segundo porque siguió jugando, aunque fuese de una manera mucho más amateur. Y tercero, porque él dejó el balonmano, pero el balonmano no le dejó a él, ya que siguió vinculado a través del trabajo con la cantera. “Siempre había estado vinculado con el balonmano, al final es lo que me gusta y sigo entrenando porque es satisfactorio trabajar y ver a los talentos que seguramente marcarán el futuro del balonmano”, dice. Así que divide su tiempo entre las clases por las mañanas en un instituto en Santiago y vuelta por las tardes a A Coruña para asistir a los entrenamientos con los alevines e infantiles del colegio Liceo la Paz. Y los fines de semana, de partido en partido. Aunque como se suele decir, sarna con gusto no pica.
Desde lejos, sigue de cerca la trayectoria de un OAR que acaba de proclamarse campeón del grupo A de Primera y que más de dos décadas después, vuelve a apuntar al regreso a al élite: “Está haciendo una gran temporada y la apuesta del presidente, Carlos Resch, es muy fuerte. Las fases de ascenso son muy complicadas. Pero creo que el OAR se merece el ascenso y sería importante para la ciudad”.