Tal día como hoy, hace cincuenta años, A Coruña se convertía en el escenario del mejor Campeonato del Mundo de patinaje artístico y danza que se había disputado en las dieciocho ediciones de la competición. La ciudad seguía presumiendo del Palacio de los Deportes de Riazor, inaugurado cuatro años antes y que en sus primeros tiempos se especializó en grandes citas sobre los patines como el Mundial de hockey en 1972. Dos años después, del 27 de agosto al 1 de septiembre de 1974, fue el turno de los bailarines y acróbatas sobre las cuatro ruedas. Seis días de competición, cuatro categorías y 118 participantes con, por primera vez, representación de los cinco continentes, incluida una India que se estrenaba y daba toques de globalización. Estados Unidos y Alemania Federal se presentaban como los grandes favoritos y una Asunción Villagrá como la gran baza española buscando en su país la consagración que se le había negado fuera.
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Ha cambiado mucho el patinaje desde entonces, ya no solo en estética y evolución de los saltos y piruetas, sino también en cuanto a dominio geopolítico del deporte, ahora en manos latinas, principalmente Italia y España. En los años 70, la balanza se inclinaba más hacia los países anglosajones. De hecho, la competición arrancó en A Coruña con la modalidad de parejas de danza en la que Estados Unidos se llevó la medalla de oro, Alemania la de plata y completó el podio Gran Bretaña. Los únicos representantes nacionales fueron Federico Gil y Magda Magaria, que no se pudieron acercar al podio. Los dúos dieron paso a la competición individual masculina donde el alemán Michael Obritch cumplió con los pronósticos proclamándose campeón del mundo después de haberse perdido el último título por lesión. Le acompañaron el italiano Leonard Lienhard y el alemán Thomas Nieder. De nuevo los españoles, Luis Belles, Federico Gil y Juan Carmona en este caso, se quedaron lejos de los puestos de honor.
Era en individual femenino donde España tenía centradas todas sus esperanzas en la figura de una santanderina que desde la adolescencia ponía en aprietos a las principales figuras mundiales (también compitieron María Milagros Penagos y Rosa María Laguna). Y eso que cuenta la leyenda que, en su primera competición, Cionín, como conocían a Asunción Villagrá, quedó de última y su madre, para consolarla, le compró un trofeo que hoy todavía guarda, incluso con más cariño que sus medallas internacionales, en la casa donde reside en Miami. Cionín había sido tercera en el Mundial de Barcelona en 1971 con solo 16 años. Pero venía de quedar séptima en Essen el año anterior por lo que situarse entre las cinco primeras sería considerado todo un éxito ante una alemana Sigrid Mullenbach que defendía su corona.
Con el Palacio de los Deportes de Riazor rendido a sus patines, Villagrá hizo una competición espléndida, puso en aprietos a la teutona y por primera vez en la historia una patinadora española se proclamó subcampeona del mundo (el primer y único título no llegaría hasta 1996 con la madrileña Antela Parada) por delante de la estadounidense Ann Palm. Fue la consagración de una pionera del deporte que un año después repetiría plata en Brisbane (Australia) para retirarse, con solo 20 años, porque le dijeron que al ser española nunca iba a poder ser campeona.
En A Coruña las parejas pusieron el broche a la competición. Las piruetas y acrobacias, con el patinador masculino levantando a su compañera por encima de la cabeza e incluso haciendo lanzamientos en los que esta aterrizaba con gracia sobre el parqué con sus patines, levantaron al público coruñés, que prácticamente no dejó ni un asiento libre durante los días de competición. Estados Unidos se subió a lo más alto del podio por delante de Alemania, para un empate a dos oros cada uno en el medallero mundialista.
No habían nacido, ni eran tan solo un proyecto, los Unai Cereijo, Lucas Yáñez y Olivia Rey que hoy representan a A Coruña por las pistas de medio mundo. Pero aquel Mundial fue una semilla que todavía germina cinco décadas después.