Son ciegos totales y practican la escalada: los Guilles desafían los límites
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Son ciegos totales y practican la escalada: los Guilles desafían los límites

Guille Pelegrín, el mayor, es bronce mundial y entrena este mes en A Coruña, donde conoció a su réplica pequeña, Guille Calvo, de 8 años y un torbellino de energía
Son ciegos totales y practican la escalada: los Guilles desafían los límites
Secuencia de la escalada de Guille Calvo y Guille Pelegrín. Primero, juntos antes de empezar. Después, el momento en el que el mayor ayuda al pequeño a ajustarse el arnés. Se echan magnesio en las manos, que comparten. Empiezan la subida. Y llegan a l

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“Ya es casualidad que los dos nos llamemos Guille, que los dos seamos ciegos y que los dos hagamos escalada”, dice Guille Pelegrín, bronce mundial de paraescalada que se prepara este mes en la ciudad para el asalto al título europeo en agosto. “Somos los Guilles, el equipo Guille”, responde Guille Calvo, su homónimo coruñés de 8 años. Les separan doce pero su conexión y complicidad es total. “Somos muy parecidos, los dos igual de trastos, pero yo de mayor quiero ser como él”, desea el niño. “La verdad es que yo me veo muy reflejado en él porque yo de pequeño también estaba todo el día saltando”, apunta el mayor, de 20.

 

Lo que ha unido Instagram que no lo separe el rocódromo. Hace dos años que se conocieron a través de esta red social. “María, su madre, y yo nos dedicamos a concienciar y un día me llegó un vídeo de Guille en una competición”, recuerda. Quiso el destino también que toda su familia materna viviera en A Coruña, por lo que el encuentro estaba servido y AMI (Agrupación de Montañeros Independientes) lo puso en bandeja. Desde entonces, no se han perdido la pista.

 


Los Guilles entran juntos en el Frontón de Riazor. Se van contando cosas al oído e intercambian bromas cuando el mayor le ayuda a ajustarse al arnés. “Lo haces bien, seguro que llegas a algo en esto de la escalada”. El pequeño provoca las risas a su alrededor por su saco de retranca. Comparten el magnesio. Y uno al lado del otro, sin necesidad de ninguna guía más que la de sus propias manos, van subiendo por la pared salpicada por presas de todos los colores. 

 

Desde abajo, Mariquiña Castiñeira, una de las personas que con su trabajo sostiene la actividad de AMI, sujeta la cuerda de Pelegrín mientras que María, la madre del menor, le grita alguna que otra indicación cuando parece que se queda un poco atascado, que son pocas veces. “¡La mano derecha a las tres!” No se ven, pero saben perfectamente donde están y se saludan mientras escalan. Llegan hasta lo más alto. El pequeño se tira gritando “¡Jerónimo!”. Cuando llega abajo, parece que está cansado porque se tira en la colchoneta. Pero pide volver a subir y otra vez alcanza el techo del rocódromo. En competición, aclaran, sí necesitan ayuda porque no pueden elegir el camino.

 

Sin límites

Ellos no se ponen límites. Pero tampoco le dan importancia a lo que hacen. Simplemente, les gusta escalar. Y se encargan de darle normalidad a su condición. “A los tres años me detectaron una enfermedad visual grave (retinosis pigmentaria y amaurosis congénita leve) y les dijeron a mis padres que iba a ir perdiendo visión poco a poco y que me iba a quedar totalmente ciego”, cuenta su historia Pelegrín. “Al principio a mis padres les chocó un poco porque la única referencia que tenían era la de mi abuelo, que también era ciego, aquí en un pueblo de Galicia, donde había muchos menos recursos de los que hay ahora. Y el sueño de mi padre siempre había sido escalar y hacer montaña conmigo y cuando le dijeron que iba a ser ciego, al principio tuvo una depresión porque pensó que no lo podríamos hacer”, desvela.

 

“Pero después se puso a investigar, descubrió el grupo de montaña de la ONCE y se metió él como guía para aprender cómo tenía que hacer conmigo. Se pensaba que iba a ser dar un paseíto por la montaña con los ciegos. Y el primer día subieron Peñalara, que es la montaña más grande de Madrid. A partir de ahí me metí yo con él, acabamos en el club Bukaneros Solidarios y estuvimos haciendo un montón de actividades con ellos. Después yo ya conocí otros deportes como el ski, la hípica y el surf, y los 16 años empecé a competir”.


El Guille pequeño ya nació con ceguera congénita bilateral total. Pero sus padres se encargaron de que llevara una vida sin más obstáculos exteriores que los inherentes. Sin sobreprotección. Dejándole crecer. Como el niño que es. Un auténtico torbellino. Salta sobre las colchonetas. Se tira. La abuela se preocupa por si se hace daño. “Déjalo, así aprenderá”, le contesta la madre.

 

No hay miedo

La escalada se ajusta a sus condiciones a la perfección. También el judo en el que empieza a destacar. “He sido campeón de España dos años seguidos”, apunta. Todavía no se decide por cuál es el que le gusta más. “Aquí tienes que decir la escalada”, bromea Pelegrín. “También me gustaría hacer tiro con arco y hockey”, responde. ¿Con patines? “No, que soy un desastre. Me puse los de mi madre, me caí y no podía levantarme”, recuerda. No le tiene miedo a nada: “Una vez me caí desde dos metros o así y cuando acabé de llorar dije: no pasa nada, a por otra”.


Guille mayor escucha a Guille pequeño y sonríe. “Cuando yo era pequeño había mucho más tabú. Voy a parecer un abuelo, pero hace quince años la escalada era algo muy nuevo, la gente no sabía tanto de escalada y mucho menos de paraescalada”, dice. “Clubes como Bukaneros Solidarios y AMI (de la mano de Fundación Emalcsa) han hecho esa labor social de integrar a las personas de todas las características y acercarles desde pequeños el deporte. El efecto es brutal. Porque enseñamos a los demás de lo que somos capaces. Los compañeros de AMI ya saben que Guille es ciego y escala”.


Él no lo tuvo siempre tan fácil. “Nadie me dijo así directamente, que no iba a ser capaz. Sí en el ámbito académico, que pensaban que no iba a hacer la EBAU y llegué, saqué un 12,25 y me metí en la carrera que yo quería, trabajo social”, desvela. No fue lo peor. “Una vez fui con mi padre a un rocódromo y les pedimos federarnos y al decirles que yo era ciego, nos dijeron que no porque iba a retrasar las actividades. Un año después coincidí con ellos en la Gala del Deporte de la Comunidad de Madrid porque a los dos nos daban un premio y mi padre les dijo: ¿Os acordáis de mi hijo que lo rechazasteis? Pues aquí está recibiendo un premio”. Y soñando con los Juegos Paralímpicos de Los Ángeles 2028 mientras espera para competir contra su réplica en pequeño: “Guille va a llegar a darnos mucha guerra”. 

 

“Tenemos que tener fe ciega en el guía”

“La paraescalada es la versión de escalada para las personas con discapacidad”, comenta Guille Pelegrín. “Hay muchísimas categorías, estamos los ciegos pero también hay personas en silla de ruedas, amputados de brazos, gente con movilidad reducida... En el caso de las personas ciegas, tenemos que llevar a un guía que nos vaya indicando dónde están las presas”, añade.


Sus ojos son los de Toni Curiel. “Utilizamos el sistema de las horas para las manos. Como si mi cabeza fuera un reloj, me dice mano derecha a la una y voy moviendo como las agujas. Para los pies las referencias son corporales como pie derecho en tu rodilla izquierda”, explica. El de Guille Calvo es César Sordo. “Me dice lo de mano derecha a la una o pie derecho a tu rodilla”.


Esto requiere una confianza plena. “Al no ver, no sabemos a qué altura estamos, y tenemos que tener esa fe ciega, nunca mejor dicho, sobre todo al principio, de estar convencido de que si te caes no va a pasar nada. Mi guía me pone la mano en la espalda como para que sepa que siempre hay alguien ahí a mi lado”, indica Pelegrín.


En paraescalada solo se compite en la modalidad de dificultad. Aunque él practica igualmente las otras dos: velocidad y bloque. La primera, incluso sin guía. “Es el mismo muro, tiene la misma inclinación y la misma disposición tanto aquí como en la China”. Por lo que se la sabe de memoria. “Me gusta demostrar que siendo ciego también puedo estar en esos espacios. Es algo que también hace Guille. Competir en las tres, mola”. 

Son ciegos totales y practican la escalada: los Guilles desafían los límites

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