Un accidente de coche frustró su debut olímpico en los Juegos de Barcelona 92’. Cuando los vio por la tele eligió el camino del atletismo profesional y se prometió que estaría en Atlanta 1996. Corrió los 800 metros, pero no pasó de primera ronda. En Sidney 2000 era una de las bazas de medalla en el 1.500, la prueba reina del atletismo español. Disputó la final con algunos de los mejores de la historia en la distancia: Hicham El Guerrouj, Noah Ngeny, Bernard Lagat o Fermín Cacho. Llegó a la final después de penar en las series y en las semifinales, afectado por una mononucleosis. Se tuvo que conformar con un diploma olímpico.
Andrés Díaz (A Coruña, 1969) mantiene la figura, las greñas –“que no falten”, dice– y su cercanía. Es el atleta olímpico más reconocible de nuestra ciudad. Hace un hueco en su apretada agenda –“ya sabes, la vida de autónomo”– y nos cita en el parque de Vioño, su habitual lugar de entrenamiento. Antes corría por el Paseo Marítimo, pero los atletas populares se picaban con él. “Ya no estoy para eso”, ríe.
Habla con la tranquilidad y la seguridad que le dan las decenas de entrevistas que concedió durante una década en la elite del mediofondo: al diploma olímpico en Sidney 2000 une una medalla de bronce en el Mundial de pista cubierta del 99, dos platas en la Universiada del 95 y en la Copa de Europa del 2001 y cuatro títulos nacionales. “Siendo un chaval que empezó dando vueltas a la manzana en el Agra del Orzán, no me puedo quejar de lo que he conseguido”, resume Andrés con humildad.
¿Qué se le pasa por la cabeza cuando se acercan unos Juegos Olímpicos?
El año olímpico marcó toda mi carrera. Siento nostalgia de aquellos momentos y cuando veo los Juegos por la televisión incluso nervios porque son muchos recuerdos e imágenes grabadas de una etapa muy bonita en mi vida.
¿Qué sentía al ser partícipe de esa fiesta del deporte?
Posiblemente un Campeonato del Mundo de Atletismo tenga el mismo nivel o más, pero en unos Juegos Olímpicos te dejas influir por el impacto global, la motivación e ilusión de todos los deportistas que están en la Villa Olímpica. Hay una energía especial que se puede percibir.
¿A qué deportistas famosos se encontró en la Villa?
Me encontré a deportistas que estaba acostumbrado a ver sólo por la tele, como un espectador más y de repente estaban allí haciendo lo mismo que yo. En ese momento tenía contrato con Reebook y en una exposición de la marca coincidí con Shaquille O’Neal. Presentaba unas zapatillas en las que podíamos venir remando hasta Coruña (risas).
¿Hay más presión?
Sí, claro. Es que son unos Juegos. Tienes menos opciones porque son cada cuatro años, pero la mayor presión de un deportista es la que se mete uno mismo. En un Campeonato del Mundo te lo juegas todo. Y más en un deporte minoritario como el atletismo, en el que los contratos y las becas se renuevan cada año, pero en unos Juegos hay mucho más bombo porque hay muchos más medios y todo el mundo pendiente de ti.
Sólo le falta la medalla olímpica, pero corría con algunos de los mejores: El Guerrouj, Ngeny, Lagat, Cacho... ¿Le sirve de consuelo?
Cuando fui a Sidney iba pensando en ganar una medalla. No podía pensar en otra cosa. Sabía quienes eran mis rivales, pero salvo a El Gerrouj al resto les había ganado alguna vez, ¿y por qué no ese día? Salí convencidísimo, pero luego la carrera te pone en el puesto que mereces. Me vine con un diploma olímpico y en ese momento salí cabreadísimo, pero hoy estoy súper orgulloso.
No es para menos.
Ese fue uno de los mayores errores. La exigencia a la que nos sometemos no me dejó disfrutar de súper momentos como ese. Si cuando tenía 16 años, que empecé a entrenar en el Estadio de Riazor e iba a ver el Teresa Herrera como espectador y les pedía fotos a José Luis González o Steve Ovett, me dicen que voy a quedar séptimo en unos Juegos Olímpicos, no me lo habría creído.
Llegó a la final olímpica de Sidney con una enfermedad, ¿tampoco es un consuelo?
El día que llegamos a la Villa me empecé a encontrar un poco mal, pero yo no decía nada, porque iba a sonar un poco a excusa. Me callé, pero al día siguiente me levanté con un dolor de garganta, fui al médico y tenía fiebre y nada. Fui tirando para delante con antitérmicos y en las eliminatorias que tenía que ir muy cómodo, me costó bastante. Luego me bajó la fiebre, pero me notaba fatigado. Entonces pensé ‘qué putada, toda la vida trabajando para este momento’, pero me duró cinco segundos. Inmediatamente olvidé ese pensamiento y me dije ‘no me va a afectar’.
¿Hubiera cambiado algo?
Al terminar una carrera, sobre todo cuando sale mal, siempre ves lo que has hecho mal y lo que puedes cambiar: y si hubiese salido así, y si en el 200, y si me hubiese colocado… No hay que darle más vueltas o terminaría obsesionado con eso. Es una experiencia didáctica. Por eso se aprende más de las derrotas que de las victorias. Me quedo con la suerte de tener un diploma olímpico. He tenido compañeros con más talento o mejores condiciones que no llegaron ahí por una lesión o por otras cosas. Siendo un chaval que empezó dando vueltas a la manzana en el Agra del Orzán, no me puedo quejar.
¿Le habría gustado llegar a Atenas 2004?
En 2002 decidí operarme del tendón [el Aquiles izquierdo] porque no me permitía tener mucha continuidad en los entrenamientos y estaba continuamente en el fisio. Quedaban dos años para Atenas y era el momento, pero a esas alturas si te paras es muy difícil volver a arrancar. Empecé a entrenar y estaba bien, pero empecé a pensar en la edad que tenía, en mi futuro y ya no tenía la misma motivación.
¿Fue una retirada natural?
Tenía muy claro que quería volver a vivir en casa y me vine para A Coruña, quería intentar acabar mis estudios y seguir entrenando, pero las cosas no funcionaban así entonces. O tenías la suerte de contar con un buen grupo de entrenamiento, como Cacho en Soria, o las oportunidades estaban en los centros de alto rendimiento, en Madrid o en Sant Cugat. Había una gran diferencia de medios y de conocimiento: fisiólogos, biomecánicos, nutricionistas…
¿Cómo fue su experiencia en el CAR de Madrid y la Residencia Blume?
Estuve desde el 1994 hasta el 2003. La primera semana dije ‘¿pero aquí cuándo se descansa?’. El entreno más duro que hacíamos aquí era el más suave de allí, pero luego lo normalicé porque ves a toda la gente cansada y entrenando al máximo. Eso une, hay mucho compañerismo. Nadie se pegaba una fiesta el mes antes de los Juegos Olímpicos.
¿Ha sacrificado mucho?
Llevaba una vida que no es normal, no iba al mismo ritmo que el resto de la sociedad. Entrenaba seis días, mañana y tarde, y hacía 140 kilómetros a la semana. Era muy duro, pero cuando estana motivado también era muy bonito. Eso no quiere decir que no me haya pegado mis fiestas. ¿Qué pasa? Que me veían dos veces de fiesta y la gente exageraba mucho. Cuando estaba muy saturado o estresado, que no me salían las cosas, me venía para A Coruña. Tomarme unas cervezas con mis amigos era la mejor recuperación, hablar de cualquier cosa que no tuviera que ver con el deporte y soltar un poco mi cabeza, pero sin hacer el cabra. Para mí era un equilibrio emocional.
¿Le costó encontrar ese equilibrio después de la retirada?
Fue un cambio muy brusco. Después de tantos años con una vida tan organizada y metódica me encontré de golpe con esa incertidumbre del qué pasará después: terminar mis estudios, ponerme a trabajar…
Tuvo que pedir ayuda. ¿Cuándo se dio cuenta de que algo no iba bien?
Cuando ya no sólo eran uno o dos días tristes y me tiraba varias semanas en las que todo me parecía mal. Estaba acostumbrado a trabajar con psicólogos deportivos y no me costó dar el paso de acudir a un psiquiatra y hacer una terapia. Son los que me ayudaron a reorganizar mi esfera de motivaciones para volver a encontrar cosillas que me alimentasen cada día.
¿Y cuáles fueron esas motivaciones?
Me volqué con la carrera de INEF. Al principio me lo tomé con mucha relajación, pero luego lo afronté como si fuese una competición. Me puse a estudiar muy fuerte con otro objetivo: ya no era lograr una medalla olímpica, sino ser licenciado.
Una vez licenciado, ¿cómo fue su entrada en el mundo laboral?
Yo llevaba haciendo la declaración de la renta desde los 19 años, pero cuando me fui a dar de alta para empezar a trabajar de entrenador personal y me dieron el informe de mi vida laboral me di cuenta que había un error. Ponía que tenía cero días cotizados. Y entonces me explicaron que yo no pagaba la seguridad social. O sea, que no me puedo jubilar hasta los 72 años.
El sistema no estaba preparado para los deportistas.
Es un sistema egoísta. Como yo no iba a conseguir más medallas y nadie iba a sacarse una foto conmigo, parecía que no pintaba nada. Me parece increíble porque en otros países como Italia muchos deportistas de alto rendimiento pasan a ser funcionarios sólo con un curso de reciclaje. Tenían una seguridad que no tenemos en España. Y por eso me tuve que buscar las habichuelas por mi cuenta.
¿Por qué eligió el entrenamiento personal?
Primero lo vi como una salida y como venía de Madrid, tenía a varios compañeros retirados que ya se dedicaban a eso y les iba muy bien. Hace 21 años la gente no lo entendía como una profesión, lo veían como un complemento.
¿Qué le aporta?
Es lo más parecido a lo que hice durante toda mi vida profesional en el alto rendimiento. Establezco unos objetivos para otras personas, pero no de rendimiento, sino de salud: mejorar su composición corporal o su porcentaje muscular, reducir su porcentaje graso, bajar su tensión arterial… Antes me preocupaba de correr el 400 más rápido en las series y ahora, como entrenador, que otras personas mejoren su bienestar en general.
Durante un tiempo colaboró con el mediofondista coruñés Elian Numa, ¿ha vuelto a sentir el gusanillo del atletismo?
Sí que me gustaría volver y lo he hablado muchas veces con José Carlos Tuñas [director técnico de la Federación Gallega de Atletismo y entrenador del Coruña Comarca], pero la vida de autónomo y la jornada laboral me absorben tanto que no tengo tiempo para todo. Me quedo sin horas para ver a mis amigos, salir a correr y disfrutar de la vida.
¿Disfruta de la vida?
Claro que sí. Lo importante es disfrutar del camino. Muchas veces lo basamos todo en el resultado y nos olvidamos del proceso. En el atletismo, por ejemplo, tengo tan buenos recuerdos de los Juegos Olímpicos o los Mundiales como de cuando ganaba un Campeonato Gallego y sólo había cuatro personas en la grada.
¿Se siente un privilegiado?
Sí. Cuánta gente se ha sacrificado igual o más que los deportistas y no se les reconoce socialmente como a nosotros. Y no lo digo por quedar bien.
¿Volvería a hacerlo?
De cabeza.