Osasuna logró el domingo un valioso empate frente al Barcelona en un estadio que se transformó ante la visita del primero de los grandes equipos a Pamplona con la afición rojilla al completo antes de acudir en Copa del Rey a Riazor, otro escenario mítico.
De los tres transatlánticos del fútbol español, el conjunto culé fue el primero en vivir el nuevo ambiente de El Sadar, una atmósfera que recordó al viejo estadio que tantos puntos dio al equipo en tardes grandes como esa.
Los 21.427 espectadores que poblaron las gradas comenzaron a caldear el ambiente desde hasta del comienzo del choque. El buen tiempo, tras más de dos semanas de lluvia, favoreció a que la hinchada navarra bajase a su casa horas antes de que Martínez Munuera pitase el inicio del choque.
Mucha es la gente que piensa que, con la reforma, la instalación contigua al río Sadar había perdido la esencia y la fuerza que antaño sirvió para levantar partidos imposibles y que tanto atemorizó a los visitantes que cada dos semanas llegaban a Pamplona. Los seguidores de Osasuna levantaron sus bufandas, banderas y estandartes a la salida del equipo al césped. Los decibelios comenzaron a ascender por momentos. La frialdad vivida en las anteriores jornadas durante varios momentos de los partidos, parecieron alejar del marco esperado por todos. El domingo no fue así.
Los de Tajonar se volcaron hacia la portería de Ter Stegen durante el comienzo con la mala suerte de un pequeño despiste que costó caro al equipo de Jagoba Arrasate. El gol del coruñés Nico en el minuto 12 logró acallar a los allí presentes durante escasos segundos. Quedaba mucho y la grada volvió a levantarse. Dos minutos después, David García devolvió la ilusión al coliseo con un brutal testarazo gracias a un vuelo sin motor que aprovechó a las mil maravillas. El Barcelona vio como volvían viejos fantasmas.
Tras el nuevo tanto del Barca en la segunda mitad. Los bombos y las palmas comenzaron a escucharse con más asiduidad. Osasuna buscaba el empate con todo, dejando algo desguarnecida su defensa.
Con la noche ya sobre la capital navarra, Chimy Ávila marcó su tercer gol del año en el minuto 87. Su derechazo desde la frontal tocó lo justo en Umtiti para que el guardameta alemán no llegase a tocar el esférico. El argentino, sus compañeros y la grada enloquecieron mientras todos se unían en el fondo sur. Los saltos de alegría y los gritos pusieron a prueba los cimientos de El Sadar, con nota final sobresaliente. Este punto con sabor a victoria antes de Riazor hizo ver a los críticos con la última reforma que el ambiente depende de la motivación y lo involucrados que puedan estar los asistentes.