Rafa Nadal escribió en Melbourne Park una página deslumbrante de su libro de grandes historias, tal vez la más grande y brillante, cuando no pocos no le daban por muerto. Volvió de entre los desahuciados –antes del torneo y durante la final de ayer– para conquistar su Grand Slam número 21, más que nadie.
El triunfo en el Open de Australia 2022 ya lo tenía al alcanzar una final donde el ruso Daniil Medvedev, primer favorito e inminente Nº1 mundial, partía con el cartel de claro favorito que muchas otras veces había portado el zurdo de Manacor.
El inicio del duelo lo corroboró. Nadal cedió sin oposición (2-6) un primer set que pareció jugar sin tener claro por dónde meter mano al moscovita.
Rafa se reencontró a sí mismo en la monumental segunda manga, un partido en sí mismo. Una colección de puntazos de museo y de errores en momentos clave que desembocó en lo más lógico. En el desempate, el balear desperdició un 5-3 y acabó cediendo por 7-5 tras 84 apasionantes minutos.
La predicción
En el tercer set, con 2-1 para Medvedev, la sobreimpresión televisiva mostró que el programa ‘win predictor’ otorgaba un 96% de opciones de victoria al moscovita.
Fue como si Nadal también lo hubiese visto. Mejoró su saque y mejoró todo su tenis. Y aun así, le siguió costando horrores ganar su servicio. Dificultades que le pusieron al borde del abismo en el sexto juego. Con 2-3 y 0-40, le dio la vuelta a la tortilla. Rugió el monstruo. Volaron fantasmas al otro lado de la pista.
Rafa despegó. Cerró la manga con 6-4 mientras Daniil empezaba a perder la concentración a causa de un público –del que rajó duramente tras batir en segunda ronda al local Nick Kyrgios– casi al completo del lado de su rival. Un rival que se ha ganado el respeto y la admiración de todos los públicos, tanto por su tenis como por sus maneras.
Clave
Nadal resucitó tras remontar un 0-40 cuando estaba 2-3 abajo en el tercer set
Con 0-1 en el cuarto, Mevdevev pidió fisio para tratarse de problemas en los muslos. Nadal vio el cansancio en la cara y en las piernas del moscovita. Las dejadas, que durante el segundo set le ayudaron a sobrevivir, las convirtió en armas contra el físico del Nº2 mundial. Tres roturas –dos de Nadal– después, el zurdo de Manacor mandaba la final al quinto set con un juego en blanco (6-4). Tenía en su mano ser el segundo tenista en levantar un 0-2 en una final en Melbourne Park. Solo lo había conseguido el local Roy Emerson en 1965. Y solo seis jugadores lo habían hecho antes en una final de un ‘major’.
Y no pudo empezar mejor. Robó el servicio al moscovita en el primer juego y se mantuvo por delante hasta que con 5-4 dispuso de su saque para conquistar Melbourne por segunda vez 13 años después.
En blanco
Arrancó con 30-0, pero con 30-15 cometió una doble falta y acabó entregando el juego. Su fortaleza mental, tal vez única en la historia del deporte mundial, hizo el resto. Volvió a quebrar el servicio de Medveved y cerró el partido al grande, con un juego en blanco.
Contrariamente a su hábito, Rafa se quedó en pie, sonrió y se mordió el labio inferior mientras movía la cabeza a un lado y a otro, como no creyéndose lo que acabada de hacer. Una celebración distinta para una gesta distinta.
Para un milagro. El de un tipo que se pasó casi medio año no solo sin jugar, sino sin saber si podría volver a hacerlo. Que llegó a Australia con todas las dudas del mundo. Que acarició la lona en el tercer set. Que tiene 10 años menos y el cuerpo infinitamente más castigado que un Medvedev que ayer firmó 23 aces, 20 más que el nuevo campeón. Y que ganó una batalla final de 5 horas y 24 minutos.
Un triunfo poliédrico que, además, le convierte en el segundo en la Era Open (desde 1968), tras Novak Djokovic, en ganar más de una vez los cuatro ‘majors’. Y en el tercero más veterano en conquistar el océanico. “Es de otro planeta”. Palabra de Rod Laver. No hace falta decir más.