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En el mundo del fútbol es muy complicado que las cosas acaben bien. Y si acaban bien en el terreno de juego, siempre hay tiempo para que se deterioren en otros menesteres. Álex Bergantiños es un buen ejemplo, después del precioso homenaje tributado en el Teresa Herrera tras su retirada y, por contra, su triste salida del Consejo de Administración blanquiazul pocos meses después de aquella inolvidable jornada en Riazor.


En el horizonte del caso de Lucas Pérez se vislumbra un desenlace de difícil agrado para el deportivismo, que si no ve culpable a uno, ve a los otros, y viceversa. En el fútbol siempre tiene que haber un culpable. En la mayoría de las ocasiones es el árbitro, pero en este caso no hay silbato por el medio. Así que la afición blanquiazul ya se ha dividido entre pro-Lucas y anti-Lucas. De este asunto de divisiones internas –que mejor no recordar– sabemos un rato largo por estos pagos. Simplemente conviene recordar que un día existieron para tratar de no tropezar de nuevo con la misma piedra.


La solución no parece sencilla en estos momentos. El acuerdo entre ambas partes no ha acabado de cerrarse, el jugador está emplazado a retomar los entrenamientos esta mañana en Abegondo  –cuando ayer por la tarde, en su día libre, se encontraba en Madrid– y queda poco tiempo para el cierre del mercado. Una cosa es segura, y es que todos los seres humanos, cuando deseamos algo con todas nuestras fuerzas, renunciamos a algo. Ojalá que tanto el club y como el jugador lo tengan en cuenta.

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