Dicen que tras la tormenta llega la calma y esa tranquilidad es la que anhela el deportivismo tras confirmarse el pasado miércoles la salida de Lucas Pérez del Real Club Deportivo y provocar un seísmo del que todavía se desconoce sus consecuencias. No obstante lo más inmediato serán los dos partidos que el equipo disputará en cinco días: mañana en Riazor ante el Levante y el miércoles en el Heliodoro Rodríguez López frente al Tenerife. Dependiendo de lo qué suceda en ambos enfrentamientos se vislumbrará el rumbo que cogerán las cosas en el futuro.
Nadie quiere ponerse en la tesitura de sufrir una derrota ante el conjunto granota, que sería la quinta en casa en 12 encuentros celebrados, y otra ante la formación chicharrera, a la que a día de hoy se le aventaja en 13 puntos en la clasificación. Un doble varapalo abriría un período de incerteza en el que los estamentos del club, el deportivo y el institucional, serían los principales perjudicados al hacer temblar los cimientos en los que se sustentan.
El momento en que se encuentra actualmente el RCD se debe valorar de aceptable, en gran medida por las lógicas dificultades que el equipo ha tenido, y todavía tiene, al ser un recién ascendido. Nadie desconocía lo compleja que iba a ser esta temporada, pero ahora, tras lo sucedido esta semana, la empresa se antoja todavía más exigente. Pero ello, en vez de causar disgustos y lamentos, debe ser un mayor estímulo para mantener el puesto que tanto tiempo ha costado recuperar y del que el RCD nunca debió abandonar.