El jugador de la NBA Kevin Durant popularizó hace un tiempo una frase que se le atribuye a un entrenador de baloncesto de instituto norteamericano y resume a la perfección lo que debería ser una máxima innegociable en todo proceso de formación: “El trabajo duro vence al talento si el talento no trabaja suficiente”.
Yeremay es hoy el ejemplo andante de que nacer con un don, unas virtudes que pueden ser incluso generacionales, solo te llevan hasta un cierto punto del camino. El tramo final, el más empinado, hay que complementarlo con una constancia y un sacrificio que no todos están dispuestos a asumir. El canario acabó entendiéndolo todo y ahora está recogiendo los frutos. La mayoría de sus goles esta temporada están siendo una mezcla de la habilidad que siempre tuvo y la potencia que ha ido incorporando en los últimos años a base de esfuerzo. De ese entrenamiento que antes se etiquetaba como invisible y ahora se etiqueta en las redes sociales a disposición de propios y extraños. Es irrelevante como de claro sea el escaparate, lo importante es hacerlo. A sus 22 años, el atacante blanquiazul va camino de terminar su temporada de debut en el fútbol profesional como máximo goleador de un equipo sin demasiados argumentos más en la parcela ofensiva que dividan la atención del rival.
Sea en A Coruña, complicado, o en un grande de Europa, Yeremay tiene una brillante carrera por delante si es capaz de seguir ciñéndose a la fórmula que le ha permitido dar el último gran salto. Porque cuando sobre la mesa se pone el trabajo, un talento como el suyo siempre acabará cobrando.