Como ya hiciera ante el Almería, el Deportivo demostró ante el Huesca que puede competir a 90 minutos contra cualquiera de los equipos de Segunda. Incluso contra los que, como los azulgrana, llevan más de tres meses sin perder. No cayeron los visitantes tampoco en Riazor, aunque no fue porque hicieran mucho por evitarlo. El cuadro coruñés fue superior durante gran parte del encuentro. Una vez más, el problema fue que nadie encontró las llaves para abrir la puerta del área rival. La falta de acierto deja a los de Óscar Gilsanz con la miel en los labios y a unos centímetros de coronar lo que antes del choque parecía una montaña inaccesible.

La salida de Lucas Pérez ha dejado en el frente de ataque un vacío de poder con muchos candidatos a coger los galones del '7'. Ese juego de tronos marcó la primera parte de un duelo en el que los de Antonio Hidalgo sabían perfectamente a lo que venían y los blanquiazules tardaron unos minutos en descifrar. El tiempo que pasó entre el saque inicial y el ajuste para cerrar los caminos a Sielva, que apareciendo a espaldas de la primera línea de presión amenazaba con indigestarle el vermú a los locales.

Estabilizado el tablero, la segunda fase requería de paciencia y finura por parte del Dépor, que por muchos momentos estuvo notable en la primera premisa, pero careció de la segunda. José Ángel y Barcia se encargaban de transportar la pelota limpia a tres cuartos, pero ahí comenzaban las batallas individuales. Yeremay, Mella, y Eddahchouri, cada uno a los suyo, a veces incluso estorbándose, dificultaban la clarividencia de Mario Soriano y fueron dilapidando aproximaciones al área una tras otra. Aproximaciones, únicamente, porque el autosabotaje impedía que llegaran a ser ocasiones.

La más clara llegó a cantarse. Bien temprano, además. A los diez minutos, José Ángel puso una falta lateral en el área en forma de caramelo para que Pablo Vázquez rematara. El central embocó dos remates para embocar, pero en el primer intento el balón le golpeó en la mano. O eso dijo Arcediano después de acudir a la llamada del VAR. Y así, entre alguna galopada de Valentín y muchos desmarques de Mella que dibujaban manos a manos con el portero y se perdieron por la incapacidad de sus compañeros para encontrarlo en ventaja, se llegó al intermedio sin que ni Helton ni Dani Jiménez tuvieran que ganarse el sueldo.

Cuestión de centímetros

No se va nunca el brasileño sin hacer una de las de mérito. Casi siempre por emboscadas de sus compañeros. Nada más volver de vestuarios, el Huesca encontró la que estaba buscando en un balón comprometido de José Ángel atrás que Barcia no logró resolver. La sencuencia terminó con un mano a mano de Javi Hernández ante el gigante meta blanquiazul. Al joven, recién entrado, se le hizo muy pequeña la portería. O, quizá, muy grande el adversario.

Lejos de encogérsele la pierna, el susto espoleó al Dépor, que cambió el camino elegido para amenazar la zaga aragonesa. Las rupturas de Mella y Eddahchouri empezaron a tener premio por parte de sus compañeros. Premio para ellos y para el colectivo, que empezó a tener más espacio al hacer retroceder al Huesca varios metros en la presión. 

Las llegadas pasaron a ser ocasiones y dos se escaparon por centímetros. Ambas en las botas de un errático Yeremay que apareció para, en cuestión de minutos, obligar a una foto de póster de Dani Jiménez y quitarle la pintura a la cepa del poste tras una gran jugada en la que el canario, Mella y Mario conectaron. La única. Fue la mejor porque además fue doble. El rechace de la madera le cayó a Eddahchouri, que no pudo acomodar el cuerpo a pesar de tener la portería vacía y mandó el esférico a la grada. Y con él las esperanzas de sumar la segunda consecutiva en Riazor. En parte, porque en los minutos finales el esfuerzo, y el miedo, pasaron factura ante la posibilidad de no llevarse siqueira las migajas.