Riazor es el principio y fin del deportivismo, la casa a la que regresamos y en la que nos hacemos fuertes incluso cuando nos golpean. Hoy el estadio vuelve a abrir para dar comienzo a una nueva temporada. Lo hace como mandan los cánones, con el Teresa Herrera y con varias incertidumbres, la principal la de conocer la cara de este Deportivo imparable en los últimos meses en Primera Federación y apenas retocado por su dirección deportiva. En ese punto brota un lamento, el del entrenador, que se aboca a empezar el ejercicio sin disponer de todas sus piezas y luego deberá conseguir que se suban a un tren en marcha que a nadie espera.
Idiákez expresa un lamento recurrente en los técnicos del fútbol español, quizás el colectivo menos escuchado de todo este andamiaje balompédico. No resulta lógico que el mercado se mantenga abierto cuando ya se dispara con fuego real. Y ahí nos encontramos a un Deportivo que no ha resuelto todavía su rompecabezas, que busca y trata de encontrar piezas que deberían ofrecerle un salto de calidad para competir en una categoría exigente, en la que varios de los futbolistas que se mostraron imparables en Primera Federación no habían logrado destacar.
No debe desecharse el valor de la continuidad, tampoco el respeto a quienes se han ganado con su trabajo el derecho a que les den la oportunidad de crecer, pero el Deportivo no puede permitirse errores. Son días claves para diseñar el futuro. Mientras tanto bien está abrir de nuevo la puerta de casa y recuperar la sensación de sentarnos en nuestra butaca. Aunque algunos nos la vayamos a encontrar ocupada y tengamos que ir al tresillo.