Parece mentira, ha pasado ya una semana entera desde el partido ante el Real Unión y aún tengo los mismos sentimientos (de cabreo) que me vinieron a los dos minutos de acabar el partido. No me ha pasado lo de Toshack cuando, tras un mal partido, decía aquello de que al día siguiente cambiaba a los once futbolistas, el martes a nueve, el miércoles a siete y al fin de semana siguiente iban a jugar los mismos once cabrones. Pues no, a mí me sigue indignando la actitud que tuvieron los futbolistas que jugaron en Irún la semana pasada. Es posible que si en el partido ante la SD Logroñés de ayer obtuvimos un buen resultado mi indignación por lo de Irún haya bajado unos cuantos enteros, pero también tengo la experiencia de temporadas anteriores en que no ha sido así.
No pasa nada por perder 3-0. No pasa nada por tener un día malo. O dos. O tres. O los que sea. No pasa nada por ver como un día un rival al que creías inferior te pasa por encima y te gana claramente. El problema está en cuando no se compite. Cuando se bajan los brazos y se deja de jugar y de disputar un partido al que le quedan muchos minutos por delante. Al inicio de la segunda parte llegó el 2-0 y a los diez minutos el 3-0. Está claro que con 2-0 el partido se te pone muy cuesta arriba, aunque quede toda la segunda parte. Y con 3-0 ya no digamos. Pero lo que está claro es que si bajas los brazos lo mejor que te puede pasar es que no te pase nada y que te vayas con ese 3-0 y no con una humillante goleada en Segunda B que te van a recordar toda tu vida.
Y luego vinieron las declaraciones de los jugadores al final del partido. Que si hemos bajado los brazos, que si estamos avergonzados, que si esto tenemos que levantarlo entre todos... Y lo mismo el entrenador: que si hoy no hemos estado a la altura y yo el primero, que si los aficiona-dos no nos merecemos esto... la cantinela de siempre. Y a mí todas estas declaraciones me sue-nan ya conocidas. Con otros jugadores y con otros entrenadores, pero las mismas palabras y –por desgracia- los mismos resultados. No voy a hacer aquí un balance de las veces que nos ha pasado algo así, que han sido unas cuantas, pero así, a modo de ejemplo, recuerdo hace siete años cuando el Barcelona nos endosó un sonrojante 0-8 en Riazor con un equipo indolente en la segunda parte y al que parecía darle igual el chaparrón de goles que le estaba cayendo. O eso o que se veían tan inferiores a aquel Barça que se dejaron ir y no pelearon lo más mínimo. Luego vinieron las declaraciones post partido que yo creo que me enfadaron más que el partido en sí. Todo disculpas y todo lamentaciones, pero el 0-8 ya quedó ahí para los anales de la historia. Y hay más ejemplos como las del año pasado cada vez que fracasábamos a domicilio ante rivales de lo más humilde o las de las últimas temporadas en Primera y alguna de Segunda cada vez que enlazábamos infinitas jornadas seguidas sin ganar. Siempre las mismas excusas por lo mismo: no competir. En Irún me hubiese gustado que ese propósito de enmienda lo hubiesen hecho en el campo con muchos minutos por delante o el entrenador, al que le quedaban los cinco cambios por delante y la posibilidad de ensayar un plan B y hasta un plan C. Pero no. El desastre siguió hasta el minuto 90.
Y ya saben. En el fútbol no hay mal que cien años dure ni derrota que no se solucione con una victoria siete días después. Si esto ha sido así y ayer celebramos una victoria ante la SD Logroñés pues volveremos a construir nuestra infinita solución. Pero si no ha sido así ya saben cómo acaba esto, se ratifica al entrenador y poco después sucede lo de siempre. Eso también lo hemos vivido. Y muchas veces.