Alexander Ceferin será reelegido este miércoles presidente de la UEFA en el 47 Congreso de la organización en Lisboa, donde concurre de nuevo como candidato único, igual que hace cuatro años en Roma, tras su primera elección el 14 de septiembre de 2016.
El dirigente esloveno encara su tercer periodo con la defensa del fútbol europeo, la unidad, la solidaridad y el mérito deportivo como bandera, después de un mandato condicionado por la pandemia, la Superliga y la guerra de Ucrania y con cambios en las competiciones desde 2024, como la Liga de Campeones, que aumentará sus equipos a 36, o la Liga de Naciones, que tendrá una nueva ronda eliminatoria.
Desde su llegada al cargo por la crisis que desencadenó el caso de corrupción de la FIFA en 2015, Ceferin ha aumentado en siete años su autoridad en Europa y en el fútbol internacional, con acciones y mensajes firmes contra el "egoísmo" que para él supone la Superliga o la "condena enérgica de la invasión militar de Rusia a Ucrania".
A esta se sumaron decisiones inmediatas. Trasladó de San Petersburgo a París la última final de la "Champions", a las 24 horas de la entrada de Rusia en Ucrania; tres días después rompió el contrato con Gazprom, la compañía energética rusa a la que UEFA estaba vinculada desde 2012, y clubes y selecciones de Rusia y Bielorrusia fueron excluidas de sus competiciones.
La misma firmeza mostró cuando la FIFA defendía un Mundial cada dos años, que Ceferin calificó "como un proyecto populista, que destruiría al fútbol", y especialmente con la Superliga, su principal caballo de batalla desde que irrumpió en escena antes de que la UEFA abriera su congreso anual el 20 de abril de 2021.
Afirmaciones como que "la Superliga es fruto de la avaricia, el egoísmo y el narcisismo de algunos", o que sus defensores "se creen que son grandes e intocables, pero si hoy son gigantes es gracias en parte a la UEFA que durante 60 años ha protegido el ideal de las competiciones, se basan en el mérito deportivo" han sido una constante.
El caso espera la decisión del Tribunal de Justicia de la UE, prevista para esta primavera, que será vinculante para el juzgado de lo Mercantil número 17 de Madrid resuelva la denuncia que los impulsores de la Superliga presentaron contra UEFA y FIFA por abuso de posición dominante contra la normativa europea.
Antes de la brecha de la Superliga, que respaldan Real Madrid, Barcelona y Juventus, Ceferin tuvo que reaccionar frente a la pandemia, con decisiones difíciles como aplazar la Eurocopa de 2020 hasta 2021, liberar 236,5 millones€ para ayudar a las federaciones y 70 millones € a los clubes. Recientemente ha celebrado de que éstos han aumentado ingresos un 4,6% de media.
La solidaridad es uno de los principios a los que Ceferin apela en las decisiones del organismo, que, a través de su Fundación ha creado un fondo de ayuda a Ucrania y ha donado 200.000€ para las víctimas de los terremotos de Turquía y Siria.
En su dietario el fútbol femenino y el medio ambiente también tienen un hueco. Hace cuatro años la UEFA puso en marcha "Time for Action", su primera estrategia para que el primero alcance la cifra de 2,5 millones de practicantes en 2024 y en diciembre de 2021 aprobó su Estrategia de sostenibilidad del fútbol 2030, para respetar los derechos humanos y el medio ambiente en el contexto del fútbol europeo.
Nacido en Grosuplje (1967), unos veinte kilómetros al sudeste de Liubliana, Ceferin, futbolista y abogado de profesión, se convirtió en el séptimo presidente de la UEFA el 14 de septiembre de 2016, en unas elecciones forzadas por la inhabilitación de la FIFA al francés Michel Platini, que había sido reelegido para un tercer mandato en UEFA en marzo de 2015. Platini fue exculpado por la justicia suiza el pasado verano.
Ceferin derrotó entonces al neerlandés Michel Van Praag por 42 votos frente a 13 y desde su discreta posición pasó a ser indiscutible y reelegido por aclamación el 7 de febrero de 2019.
Llegó al cargo con fama de competente e íntegro, sobre todo por prolongar la tradición paterna de defender sin coste a víctimas sin recursos de violaciones de los derechos humanos, como hizo cuando en 2006 representó a una familia gitana expulsada de su localidad de origen en Eslovenia por presiones de los vecinos.
El año pasado contó que tras la invasión rusa a Ucrania acogió a un jugador ucraniano en su casa y pasó dos días al teléfono tratando de ayudar a salir del país a futbolistas y entrenadores para huir de una guerra en la que cree que "nadie será el ganador y", opina, "todos perderemos de una u otra forma".